Denver: Regreso Al Pasado

junio 6th, 2007 by Jesus Lau

Junio 2 – 6, 2007

Reporte_denver_07_01Me levanté temprano, a las seis de la mañana, con un poco de aletargamiento y trabajo, porque me había acostado tarde.  Me eché el rutinario regaderazo matutino para proceder a cerrar las maletas y luego partir al aeropuerto de la Ciudad de México con rumbo a Denver.  El destino fue motivo de muchas reflexiones, porque no había vuelto en 30 años a la capital de Colorado.  Una urbe donde pasé casi dos años haciendo la maestría en bibliotecología, unos estudios que cambiarían mi vida.  Terminé la maestría en 1977, y regresé con muchas maletas, cajas y aparatos electrónicos que en la época no se conseguían con tan buen precio en México, pero sobre todo retornaba con una gran valija cargada de planes para la vida, para los años por venir.

El vuelo fue tranquilo, con un avión semivacío, donde pude disfrutar de toda la hilera de asientos y tenderme a lo largo de ellos.  Dormí una media hora, leí, escribí un rato y sobre todo estuve cavilando, recuperando imágenes de tres décadas atrás mientras cruzaba todo el país, sobrevolando Chihuahua donde desde la altura es difícil saber cuando termina y comienza Nuevo México por su compartido desierto.  Quise distinguir Juárez y El Paso, pero no miré o no me di cuenta si durante el vuelo cruzamos por esos rumbos, los cuales me recordaron al primogénito, que ha hecho de esas frontera su casa hasta ahora.

Entramos al cielo de Colorado con unas cuantas nubes ligeras que permitían ver el inicio de las majestuosas Montañas Rocallosas, que en pleno preludio del verano lucían una corona de nieve en sus encrespadas cumbres.  La verdad es que ante esa belleza del paisaje no podía más que soñar despierto y dar libertad a memorias del pasado, a esos recuerdos mozos.

Llegué al relativamente nuevo aeropuerto de Denver, tomé el taxi, y durante el recorrido al hotel, traté de reconocer lugares, pero ese rumbo de la ciudad parece todo nuevo, hasta la autopista.  Después de descansar un poco, me fui al centro a caminar, a tratar de reconocer edificios, pero fueron pocos los que pude ver con el sello del pasado.  La ciudad estaba cambiada, con un progreso inusitado, muchos rascacielos y grandes obras para atraer el turismo como su calle peatonal – comercial (según la publicidad turística, una de las 10 más grandes de Estados Unidos).

Caminé y caminé para tratar de capturar visualmente ese Denver que me había asombrado décadas atrás; sólo pude identificar con facilidad su edificios gubernamentales y sus iglesias.  Cuando llegué al edificio del condado, me senté un rato para hacer una introspección de lo que recuperaba de mi memoria, así como para darles un descanso a los pies que no tenían ninguna culpa de que la emoción hiciera caminar al cuerpo, a pesar de que ya eran dos horas de recorrer el centro denveriano. Ya noche me regresé al hotel, listo para descansar e iniciar al día siguiente el Congreso de la Special Libraries Association.

Reporte_denver_07_02El congreso se desarrolló en un moderno y gigante centro de convenciones, donde el vidrio y el acero predominaban en su arquitectura exterior.  Después de registrarme, asistí a algunas reuniones y luego me tomé un par de horas para visitar el Museo de Arte de Denver, un espacio dedicado a la pintura, tanto moderna como clásica, donde los Monet, los Marx Ernest, y el arte africano se unen, aunque en salas separadas, con exposiciones de arte moderno de diferentes corrientes, donde lo atrevido, innovador y desafiante parecen contradecirse para comunicar el mensaje del artista.  El edificio en sí es una provocación arquitectónica de formas geométricas que conducen al visitante en forma lógica de una sala a otra.  El área donde está ubicado es parte de un conjunto cultural, donde hay más museos y la biblioteca pública central, que señorea la plaza cultural, con una arquitectura moderna de grandes bloques, elementos acastillados, donde las secciones del edificio tienen diferentes colores e inclusive formas, aunque todas dentro de los cuadros, rectángulos y torretes que usó el arquitecto como el sello de la edificación, que apenas tiene dos años de inaugurada.

Regresé al congreso, y dediqué la tarde a recorrer la exposición comercial, la que considero la mejor en el mundo por lo exclusivo de los expositores en términos de tecnología y productos dirigidos al gran mercado de las bibliotecas especializadas de las empresas y las casas académicas, que cuentan con los mayores presupuestos para sus servicios de información.  Uno de los expositores me regaló un podómetro, el cual registró que al final del día había dado cerca de 13,000 pasos, lo que me imagino se acerca a los 13 kilómetros caminados entre los cometidos del congreso y mi salida cultural al museo.  Obviamente, los pies de nuevo me reclamaban otro día de excesos.

El lunes, día en que realice mi presentación, un panel sobre sitios web gratuitos de relevancia para el Tratado de Libre Comercio, donde también participó una representante de Canadá y otra de Estados Unidos, me fui, al terminar el congreso, a visitar el campus de la Universidad de Denver.  Tomé un tren eléctrico, localmente le llaman tren ligero, algo que no existía en los tiempos en que fui avecindado de este lugar.  En cuestión de 20 minutos llegué en este moderno y no contaminante medio de transporte a DU.  Nuevamente, el tiempo no permaneció estático, la universidad cuenta con numerosos edificios nuevos, algunos substituyendo viejas edificaciones.  Con la mochila al hombro donde llevaba la computadora, que había usado en el congreso, más materiales impresos, cargaba unos cinco kilos, los cuales no importaron para recorrer aquellos rincones que me recordaran mi estancia académica.  La biblioteca Penrose, que cuando llegué a la universidad tenía dos años de inaugurada, y tenía los destellos de la modernidad y la austeridad del estilo arquitectónico de la época (un gran cajón crema con grandes ventanales de vidrio) ahora se miraba con estilo retro setentero, porque los nuevos edificios circundantes tienen un estilo neoclásico victoriano, medio gótico, donde predomina el tabique rojo, torretes y hasta cúpulas doradas.  En el interior de la biblioteca, lugar donde pasé 20 horas de cada semana trabajando, más el tiempo que dedicaba a estudiar en ella, lucia casi igual, inclusive muchos muebles son los mismos.  Lo nuevo es que tiene computadoras personales y novedades electrónicas que se mezclan con sus originales interiores.  Recorrí la estantería, donde muchas, muchas veces acomodé libros, y donde alguna vez mi supervisor me declaró el intercalador más rápido que había tenido.  Fui a los rincones donde me sentaba, donde muchas veces estuve angustiado por terminar bien los ensayos y los proyectos finales.

Reporte_denver_07_03Fui también al edificio donde estaba la escuela, otro edificio de corte moderno, que ahora ocupa otra facultad.  Entré, recorrí sus pasillos y atisbé por las ventanas de los cubículos de los profesores, que siguen teniendo la misma distribución.  Me comí un pedazo de pie de calabaza que alguien dejo en una mesa con el letrero “Sírvase lo que guste, con libertad”, con eso pude poner más energía al recorrido, para mirar aquellos que habían sobrevivido los cambios del tiempo.

Para terminar, fui a South York Street, el departamento donde viví con grandes lujos, para mi inexperta vida; la verdad es que era un lugar estándar para Estados Unidos, inclusive viví en el más barato que había en dicho conjunto, el del llamado Basement, que cuesta menos que los que están a la altura de la calle.  Ahí tuve por primera vez acceso a un lugar con alfombra, cocina integral y aire acondicionado.  Nunca antes había tenido aire acondicionado, a pesar de que crecí en veranos donde la temperatura sobrepasaba los 40 grados.  Tuve tostador de pan, un televisor, y otras exquisiteces que el ahorro del dinero de una beca permitían, pero que eran superiores al salario mínimo que ganaba en la Universidad Autónoma de Sinaloa como auxiliar bibliotecario.  El edificio está exactamente igual, el mismo color.  Le tomé fotos desde la ventana donde miré futuros y horizontes de los que algunos llegaron y otros nunca se hicieron presentes o cuando menos todavía no llegan.   Con esta carga de baterías del pasado me regresé a tomar el tren de regreso al centro de la ciudad, para respirar una vez más treinta años pasados y prepararme para regresar a la mañana siguiente, con el corolario de que el pasado existe, pero sólo en la memoria, ni yo era el mismo mozalbete con pocos años que regresaba a Denver, ni la ciudad o la universidad conservaban su pasado: ambas habían cambiado.  La ciudad de la milla de altura tenía pocos rasgos de sus otrora construcciones urbanas, como también la universidad conservaba sólo algunos rasgos arquitectónicos de su campus, como yo también sólo tenía parte de los recuerdos, porque muchos los habían diluido, decolorado las nuevas experiencias que a lo largo de tres décadas las habían sepultado.

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Reporte de viaje

Jesús Lau

jlau@uv.mx

www.jesuslau.com.mx

Junio 2 – 6, 2007