Estoy flotando en el aire, tengo las nubes a mis pies, el horizonte se extiende hasta donde llega mi vista: regreso del viaje anual al congreso de IFLA, y este año —no puedo evitar mencionarlo—, hace cuatro quinquenios que asistí al primero, y sólo he faltado a uno. Resumiré esta experiencia de viaje en sus aspectos más importantes. El itinerario fue un periplo de tres países: Sudáfrica, Botswana y Francia (Paris), en el cual visité cuatro ciudades y una reserva natural de animales salvajes, reducto del África indomable. La narración es larga, de siete hojas, y de tipo cronológico, así que saltaré y regresaré de un país a otro y requerirán de largo tiempo para leerla.
Johannesburgo. Estuve dos días y tres noches; el primero se mefue en descansar y ajustar mi reloj biológico al cambio de horario. Esta ciudad, la más grande de Sudáfrica, tiene tres de los 44 millones de habitantes del país. Es una metrópoli moderna, rica y próspera, pero a sus alrededores tiene los llamados Townships: barrios marginados donde fueron recluidos todos los que tuvieran piel de color durante el la larga época del apartheid, sistema que cambió legalmente en 1994. Lamentablemente, la desigualdad económica es aguda, y genera índices de violencia muy altos, que parece mantener prisioneros a sus ciudadanos en sus propios enclaves. No pude caminar de noche debido a la grave inseguridad que se padece. A quienes pregunté que podía recorrer, me recomendaron que no saliera a pie, y menos de noche, a menos que fuera en grupo o conociera bien a dónde iba, algo difícil para un turista novel en Sudáfrica. La urbe es, a pesar de sus retos sociales, la capital industrial y minera de este país, un motor económico de la nación. Mi estancia fue una parada para viajar al Parque Kruger.
Parque Nacional Kruger. En Johannesburgo contraté un safari de tres días del que ya había indagado vía Internet desde México. Me levanté a las cuatro de la mañana, ya que el chofer de la empresa me recogió a las cinco para llevarme junto a otras personas hacia el este del país, en un traslado que duró cinco horas y media. Pasamos por Pretoria, la capital administrativa de Sudáfrica, donde me impresionó el enorme edificio de la Universidad UNISA, una formidable institución de educación a distancia, de las más grandes del mundo en términos de estudiantes. Su edificio, de varios pisos y recubierto de tabique color ocre, asemeja un largo tren, y destaca notablemente al entrar a la ciudad por estar en una prominente colina. Llegamos al Parque Kruger, un lugar de dos millones de hectáreas del tamaño de Gales, donde nos ofrecieron un lunch tipo inglés de sándwiches en una enorme tienda de campaña —casi una carpa de circo—, como sacada de una típica película sobre África, con sofás rústicos, lámparas de petróleo y un bar. La vegetación de la zona era tipo sabana, es decir, arbustos y árboles que crecen espaciados en terrenos fértiles con climas lluviosos. Los días fueron frescos, a unos quince centígrados en el día y unos cinco en las noches (ya que acá era todavía invierno), para lo cual no venía suficientemente preparado, así que tuve que usar una cobija de capa, algo que usó el resto de los miembros del grupo a recomendación de los guías del safari. El campamento era rústico, pero con las comodidades, las bebidas alcohólicas y los refrescos que un turista internacional puede requerir. Los baños eran la única limitante, pues estaban colina arriba, a la orilla del campamento, así que había que abstenerse de tomar agua, para no tener que salir de la tienda de campaña en la madrugada a temperaturas bajas y sin luz y con miedo de que saliera un león (aunque el lugar estaba cercado); la misma situación vivimos durante los recorridos del safari, ya que no había sanitarios y teníamos que esperar hasta el regreso, o llegar a un lugar de descanso oficial para descargar los líquidos del cuerpo. Hacía años que no pasaba tanta sed, sólo por no tener la disponibilidad de mingitorios de la civilización urbana.
Tres días naturales. El primer día nos dieron un rato para desempacar nuestro ligero equipaje en las reducidas tiendas que nos asignaron, que eran para dos personas. Mi grupo era de seis expedicionarios: un inglés, dos australianas y dos suecas. En la tarde llegarían veintitantos turistas más, franceses la mayoría, así que tuvimos que compartir tiendas, las cuales tenían una mesita y dos camas hechas de madera con un buen y estrecho colchón, con ajustadas bolsas para dormir. Esa tarde recorrimos la sección cercana al campamento; miré los primeros elefantes, cebras, e impalas (animales parecidos a los venados), entre otros seres salvajes. A la mañana siguiente nos hicieron madrugar, a las cinco de la mañana, para ver animales que pastan/cazan cuando el clima esta fresco, y ese día recorrimos en ocho horas unos 300 kilómetros entre veredas y caminos, parando en busca de diferentes tipos de fauna. En la noche, todavía nos llevaron dos horas más para hacer un recorrido nocturno, esta vez para observar animales que tienen actividad cuando el sol está oculto, y a la otra mañana madrugamos de nuevo, para hacer una caminata a pie con guías armados con rifles, todos caminando en fila india y sin hacer ruido, con las instrucciones de no correr por ningún motivo si se acercaba un animal. Vimos pocos animales, el más impresionante fue un rinoceronte, que salió corriendo de un estanque, cuando nos percibió; pero el hecho de sentir la sabana, de aspirarla y verla abiertamente en forma libre fue gratificante.
La fauna africana. La experiencia de vivir un safari fue como ver un zoológico gigante, de enormes dimensiones, con la diferencia de que los animales no están tan a la vista, hay que buscarlos, tener paciencia y a veces solo verlos pasar a velocidades que las cámaras no pueden registrar si no se tiene la habilidad fotográfica. Los guías, que nos llevaban en vehículos todo terreno (parecidos a camionetas de tres toneladas, con cierta cobertura por seguridad), eran expertos en localizar especies: al menor ruido o movimiento identificaban algo. Vimos elefantes en pequeños grupos y en grandes manadas, hipopótamos, jirafas, cebras, rinocerontes negros y uno blanco (dicen que es raro), pájaros que nunca había visto (sólo reconocía a los buitres), puercoespines, muchos impalas, uno que otro búfalo y gran cantidad y tipos de antílopes, de los que es difícil recordar los nombres; yo sólo alcanzaba a distinguir que los cuernos, la altura o la piel eran ligeramente diferentes.
África indomable. La escena más impactante del safari fue, que mientras veíamos a una leona a la orilla de un arroyo, desde una cañada, y le tomábamos fotos en silencio y a la distancia (mi cámara apenas lograba ubicarla), llegó un animal tipo antílope, un waterbuck (criatura del tamaño de una mula, con largos cuernos tipo reno), corriendo como saeta para cruzar el arroyuelo; al llegar a 20 metros de la leona, el antílope la detectó, a pesar de estar detrás de unos arbustos, y se detiene, frenando su carrera en el acto. Luego, en cuestión de segundos, llega detrás del waterbuck, otra leona. El antílope gira en un radio de 10 metros sobre el arroyo, para luego quedarse perplejo por un segundo, una fracción de tiempo en que las dos felinas saltaron velozmente, una desde cada orilla del arroyo, a una distancia bastante considerable, para treparse una en la nuca del antílope, y la otra en la parte trasera, haciéndola caer instanta-neamente al agua, que no era profunda. La primera leona la mordió del cuello, sin soltarla para nada, y la otra simplemente la presionó con sus garras en el cuadril para que no se levantara. El pobre waterbuck, pataleaba, pero poco a poco fue cediendo ante las mandíbulas de la leona, que la aniquiló mordiéndole la vena yugular. La escena fue dolorosa e impactante, una que jamás esperé observar tan directamente. El proceso de aniquilamiento duró unos quince minutos, tiempo en que el antílope pataleó muchas veces, emitió gritos de dolor dos veces, y finalmente perdió la vida, quedando inerte. Acto seguido, las leonas lo soltaron, cambiaron de posición y le mordieron, asiéndose de la piel para jalarlo fuera del agua y subirlo a unas grandes rocas, donde conseguido el objetivo con su presa, se acostaron a descansar y esperar a que el león macho llegara a dar la primer mordida que, según comentó el guía, era el que iniciaba el festín del animal cazado, que dura para varios días. El espectáculo fue una experiencia única: ver el África real, el África indomable que vive todavía, al menos en sus parques… la natural, pero cruel cadena alimenticia, donde el más fuerte se come al más débil. Nuestro guía del safari estaba emocionado, porque según dijo, es raro mirar este espectáculo de la fauna sin obstrucción de matorrales, ya que normalmente sucede a considerables distancias de los humanos y tras ramas que tapan la visibilidad. Terminada la escena y en ambiente de luto y pensativos continuamos el safari.
Botswana – Curso DHI. Después de estos cuatro días de vacaciones, tomé el avión al país vecino del noroeste de Sudáfrica, Botswana, un país de dos millones de habitantes, rural, que vive principalmente de la ganadería y las famosas minas de diamantes, las cuales generan el mayor ingreso económico del país, haciéndola una nación con prosperidad y ciertamente con la mayor estabilidad política y económica del continente sur. La capital tiene menos de 300,000 personas, es realmente una ciudad pequeña. Vine a este jirón del África a facilitar un taller de 20 horas para personal de bibliotecas académicas del África situada al sur del Sahara, o África Ecuatorial, que se realizó en la Universidad de Botswana, la única casa de estudios de nivel superior en el país. El taller fue sobre cómo crear un programa para el desarrollo de competencias informativas para el aprendizaje a nivel institucional, y tuvo lugar en la biblioteca central, un lugar de excelencia en términos de colecciones, mobiliario y equipo, en un moderno edificio blanco. La organizadora de logística local fue la subdirectora de servicios informativos a docentes, Babakisi Fidzani, cuya jefa es Kay Raseroka, la anterior presidenta de IFLA. El curso fue centrado en el desarrollo de competencias, así que los participantes concluyeron un portafolio de ejercicios con las partes de su programa institucional, el cual fue evaluado y calificado, gracias a lo cual los interesados hicieron su mejor esfuerzo. El curso fue financiado por UNESCO, quien cubrió los gastos, y lo realice con la ayuda de una colega sueca, Christina Tovoté, quien se encargo de calificar y retroalimentar a los alumnos con apoyo adicional de la mencionada colega Babakisi Fidzani.
Gaborone, la capital. La ciudad, Gaborone, llama la atención porque casi no tiene banquetas, sus calles son como carreteras angostas, donde los peatones tienen que caminar por las veredas de tierra suelta, y uno que otro arbusto, aún en sus zonas de mayor afluencia. A mi me llevó al pasado, a la época campirana de mi niñez, al recordarme las otrora polvorientas “banquetas” de Los Mochis, donde mis tenis nuevos terminaban como trapeadores. La comida fue interesante, lo más típico fue la ensalada de betabel cocido y picado, la semilla de sorgo cocinado en sopas aguadas o como parte de platillos principales. Otro manjar fue el pan cocido al vapor: una especie de bola de masa, incolora y sin gran sabor, así como algo similar hecho con harina de maíz. Dado que todavía cuentan con espacios vírgenes, los habitantes de la ciudad cazan animales salvajes; el esposo de mi anfitriona se había ido de cacería ese fin de semana, obteniendo tres impalas como presa, cuya carne secaría y usaría durante unos meses. La ciudad en sí es moderna en sus edificios gubernamentales y comercios, aunque un poco rural en su infraestructura urbana. Tiene algunos barrios de pobreza marginados, no tan severos como los de Sudáfrica, de personas principalmente inmigradas de de otros países africanos que vienen en busca de trabajo, dado que la economía de Botswana es más próspera, aunque la seguridad en sus calles es mínima. Me recomendaron mucho no caminar de noche, que debía tomar taxi, a pesar de lo pueblerino del lugar. Como sello de la ciudad, tuve la experiencia de ver en los jardines del aeropuerto a un chango brincando en los árboles, algo que reflejaba bien la vida todavía rural de esta parte de África.
Durban, Sudáfrica. Después de concluir el maratón del curso, que era de ocho de la mañana a cinco de la tarde, con una hora para comer, agotado de tanto hablar, estar parado y mantener la mente en estado de alerta, volé a Durban vía Johannesburgo. Al llegar al aeropuerto y querer cruzar inmigración me negaban la entrada, ya que requería visa, algo que desconocía y que, según mi asistente en México, no necesitaba. Expliqué una y otra vez que ya había entrado al país, pero me decían que había sido un error. Pedí hablar con los supervisores, y pude hacerlo con dos de ellos; el primero se negó apoyarme y me indicaba de nuevo que debía regresar a Botswana y solicitar allá la visa, y el segundo, afortunadamente, fue empático al escucharme y entender mi situación. Expliqué que llegaba a atender una actividad académica, que trabajaba para una universidad, dato que fue crucial, porque según su estructura gubernamental, los profesores de las universidades son empleados oficiales del gobierno (situación que no sucede en México), así que, tomando esto en el sentido laxo, me dieron la visa por ser “visitante oficial”. El incidente me costó dos horas de trámites, tiempo en el que me lamentaba y pensaba qué haría, cuánto me costaría volver a tomar un avión a Gaborone, si habría lugares disponibles en la aerolínea, cuántas reuniones de IFLA perdería y lo mal que quedaría en las que debía presidir. Afortunadamente me dieron la visa, aunque perdí el vuelo y no encontraba las maletas, pero la aerolínea me apoyó y me dio lugar en el siguiente vuelo de conexión. Así, tomé el tramo a Durban, a donde llegué en la noche, dejando atrás el incidente migratorio.
Retos urbanos. Mi hotel era un edificio de bonita fachada victoriana que iba acorde con su nombre: Tudor House Hotel; era modesto, algo viejo, pero limpio y con una decoración en colores fuertes desde la alfombra hasta las cortinas. La gran ventaja que tenía el hotel era que estaba a dos cuadras del centro de convenciones, y costaba 75% menos que los hoteles recomendados por IFLA, unos 35 dólares diarios, que incluían un desayuno inglés completo (huevos a la benedictina, tomate asado, pan tostado y té). Caminé por la ciudad los dos primeros días, cuando tuve más tiempo libre, tomando algunas fotos con todas las precauciones del mundo, algo que más tarde me di cuenta que había sido un desafío y riesgo, por no llamarle de otra manera, dado que la ciudad es peligrosa. En Durban, no puede uno caminar solo después del atardecer, y todo recorrido tiene que ser en taxi. Hubo muchos incidentes de robo que afectaron a los participantes del congreso; una persona de mi división fue robada afuera del centro de convenciones, y otro de los ponentes de mi sección fue golpeado y robado por un grupo de jóvenes, uno de ellos a plena luz del día y el otro al anochecer. El segundo de los asaltados quedó tirado en el piso, y luego fue ayudado por otro grupo de jóvenes que lo subió a un taxi, pero para llevarlo a un callejón desolado y robarle lo poco que le quedaba de valor. El pobre llegó a la sesión (tres días después) sentándose con dificultad por los golpes que le dieron en la espalda; perdió su dinero y sus documentos, así que hicimos una colecta para apoyarle, algo que también hicieron algunos delegados de otros países. Un nórdico terminó en el hospital con una pierna quebrada cuando fue asaltado. Una vez que supe todas estas historias, jamás volví a caminar las dos cuadras que separaban a mi hotel del centro de convenciones, si es que iba vestido de traje o llevaba la computadora. Me atreví a caminar en ropa casual de día, pero si pasaba de las seis de la tarde me trepaba a un taxi, que tenía que ser de sitio, no de la calle, y cuyos precios afortunadamente no eran altos: unos tres dólares. La ciudad, de cerca de tres millones de habitantes, daba la impresión, por los reportes de inseguridad, de ser una reserva urbana de humanos indomables, producto del sistema socio-económico apartheid de varias décadas y de los procesos de macro crecimiento de las ciudades grandes del llamado tercer mundo, del cual nosotros no escapamos tampoco.
Congreso IFLA-WLIC. Entrar al centro de convenciones, donde se realizó el congreso era como entrar a una isla urbana, alejada de los problemas citadinos. El lugar era obviamente seguro, y también moderno, funcional y enorme. En el congreso tuve muchas reuniones de trabajo y asistencia a sesiones de ponencias. Participaron más de tres mil delegados de 120 países, se ofrecieron unas 350 ponencias y unas 160 reuniones de comités. El WLIC era, como lo es anualmente, unas Naciones Unidas enfocadas a las bibliotecas, donde se trata gran diversidad de temas: derechos de autor, organización del conocimiento, servicios de información a todo tipo de usuario, conservación y preservación de los medios impresos en papel y electrónicos, arquitectura, administración de bibliotecas, políticas nacionales de información, mercado editorial, bases de datos, y sobre todo el desarrollo del personal profesional del mundo de la información y la bibliotecología. El reporte de la parte académica del viaje lo preparé en otro documento independiente, que puede consultarse en www.jesuslau.com.mx. En este congreso terminó mi presidencia de la sección de Alfabetización Informativa, cargo que detenté por cuatro años, y terminé mi función como secretario de una de las divisiones: la de Educación e Investigación.
Paris. El congreso de IFLA concluyó el sábado, y justo esa tarde volé a Paris, vía Johannesburgo; el viaje comenzó a las tres de la tarde, para terminar a las seis de la mañana del sábado en la ciudad gala. Como es normal, arribé cansado por el largo viaje y el desvelo, así que el primer día, al llegar al hotel, salí a comprar algunas cosas para desayunar en el cuarto, luego me dormí unas cuatro horas, y salí a caminar por la tarde. La ciudad estaba en pleno movimiento por ser sábado, y el domingo trabajé en el hotel haciendo un proyecto para UNESCO, la organización que me pagaba esta estancia. En la tarde de este segundo día volví caminar, ahora por el antiguo barrio judío, un sitio de callejuelas angostas de toque medieval. Admiré las fachadas de los elegantes e históricos edificios y luego visité el museo de ciencia y tecnología, alojado en un renovado y regio edificio de unos dos siglos atrás, construido en los tiempos del segundo imperio francés. A pesar de que no soy fanático de la mecánica y la electrónica, me sorprendieron mucho las exposiciones, las cuales trataban sobre estándares y normas, equipos para la medición del tiempo, la construcción, los medios de transporte, la radio y el cómputo (había una supercomputadora Cray, una de las 30 que se fabricaron en el mundo). Después me senté a comer mi emparedado y ver pasar turistas y parisinos, cada uno con sus estilos de ropa, caminar y pensar.
UNESCO. El lunes me fui a la sede de la UNESCO. Me levanté temprano para navegar mi destino a través del metro y mezclarme con los franceses que iban a sus trabajos. Tuve una larga reunión de tres horas, la cual espero rinda frutos en aras de los proyectos DHI de IFLA, que potencialmente benefician a la comunidad internacional. Regresé al hotel a quitarme los trapos elegantes, pero decidí descansar un poco, ya que mi cuerpo empezaba a reflejar el agotamiento de todo el viaje: venía ya la cruda del largo peregrinar. Sólo descanse un rato, revisé el proyecto de UNESCO mientras descansaba y luego lo envié por correo-e. Me hice un sandwich y me salí en ropa informal a recorrer calles de esta armónica ciudad; entré a tiendas, gasté algunos euros y luego me compré una comida de media tarde hecha en la famosa Galerías Lafayette, para después subir a un autobús descubierto y darle una ojeada a los iconos arquitectónicos de Paris y traerme ese bagaje visual antes de regresar a México. Me bajé del tour en Notre Dame, caminé y recorrí tiendas. Para entonces ya eran las 20:00 horas más o menos, así que me di un agasajo y comí en un restaurante, que no era el Maxim’s, pero costaba de toda maneras tres veces de lo que pagaría en mi pueblo.
Retorno. Ya voy de regreso, y el cuerpo me sigue cobrando la factura. Hoy amanecí afónico y con síntomas de gripa, una reacción típica de mi cuerpo cuando no descanso lo suficiente, pero la verdad es que vuelvo contento y pago, aunque no con gusto, sino con resignación, este costo. Los contactos en el congreso fueron buenos; conseguí ponentes para Jornadas y para ALCI’s futuros (congresos en cuya organización estoy relacionado), un posible financiamiento para proyectos y la renovación de amistades de los cinco continentes, además de pulsar y probar la cultura africana, la cual hace un marcado contraste con la parisina. En África las expresiones de afecto no se dan abiertamente a diferencia de la metrópoli francesa, cuando menos los africanos de los países visitados no se toman de la mano, no se abrazan, ni se besan en público, a pesar de ser tan expresivos para cantar y bailar. El reporte llega a su fin, la batería de la computadora se agota, ya vengo acercándome a México, me encuentro sobre el Golfo, por la ventanilla del avión no veo nada, las nubes son altas y cubren la visibilidad, solo siento el constante vibrar y rugir de los motores, ese ruido que se queda grabado en los oídos aún después de bajar del avión.
Conclusión. Termino mi narración, la cual es para todo el que tenga tiempo de leerla, pues me salió más larga de lo que esperaba. Junto al documento están las fotos que tomé en los ratos libres, de los cuales el lector puede pensar que fueron muchos por el número de imágenes y el tamaño de este reporte, pero fueron cortos comparados con las horas de trabajo y las que me faltan para darle seguimiento a los pendientes que me traje de este periplo. Concluyo diciéndoles que no importa qué tanto lea o mire uno programas de televisión sobre África, la realidad de visitarla en vivo es más interesante, más dinámica y completa. África es un continente en transición post-colonial, todavía indomable, tanto en sus reductos de fauna salvaje, como en sus concentraciones urbanas, quizá similares a la transición del México del siglo XIX. En África las estructuras políticas y sociales aún están cuajándose después de siglos de dominio europeo. Ha sido un privilegio visitarla, ya que sólo había tenido la oportunidad de estar en el Norte (Marruecos) y el este (Egipto), los cuales son otro tipo de continente, geográfica y racialmente. Como algo sobresaliente del safari, aparte de los animales salvajes, me quedo con el fantástico recuerdo visual de un cielo estrellado, una bóveda celeste tapizada de estrellas, en una noche sin luces urbanas y un clima seco que daba enorme visibilidad en la reserva del Kruger. Me quedo también con una diferente visión de la luna, una de cuerpo horizontal, de transformación menguante acostada, según se mira desde esta parte del al hemisferio sur, cuna del África Ecuatorial.