Amazonas: Una Zambullida

marzo 30th, 2008 by Jesus Lau

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Amazonas_02El corolario, el premio por facilitar un curso de Desarrollo de Habilidades Informativas en Perú, fue viajar a Iquitos, para ver el río Amazonas y darme una zambullida en sus aguas.  Mi recompensa fue aventurarme por ese gran caudal acuífero que es la suma de 100,000 ríos y un millón de arroyos que descienden a lo largo de colinas y valles que nacen desde los Andes, la mayor cordillera del mundo, para fundirse paulatinamente conforme recorren los territorios sudamericanos.  El río y sus tributarios —muchos de ellos enormes torrentes de agua por sus propios méritos— se unen a lo largo del norte de Sudamérica, para extenderse kilómetros y kilómetros por varios países, entre ellos Perú —donde sus nacionales dicen que nace en Arequipa— y el Ecuador, Colombia y Brasil, para morir entregándose al Océano Atlántico.   Este gran río se robustece conforme avanza, devorando afluentes; en la zona de Perú tiene un ancho promedio de dos kilómetros, pero en Brasil llega alcanzar hasta los 200, con un manto de agua que semeja un enorme lago, con sus riberas perdiéndose en el horizonte, dividiendo la jungla virginal en un verde rompecabezas.  Sus millones de toneladas de líquido corren vertiginosas con un agua que parece chocolate, por la mezcla de arcillas que el llamado “Río Mar” arrastra a lo largo de su cauce.  Una descarga diaria, según el guía del viaje, es suficiente para abastecer el consumo de Nueva York por once largos años.

Amazonas_04Biodiversidad. Después de los mares, el río Amazonas es el máximo representante de la hidrosfera, pues aporta el 23% del agua dulce del planeta, y es el hábitat de 3,000 especies de peces: más que todas los que tiene el Océano Atlántico.  La selva amazónica alberga dos millones y medio de especies de insectos y una quinta parte de las especies de aves del planeta; también la habitan decenas de miles de especies de plantas, más del 50% de todas las que existen en el mundo.  La Amazonía, como le llaman acá, es la capital de la biodiversidad del planeta, y como es de todos conocido, equivale al pulmón mayor del planeta.

Amazonas_03Iquitos. Llegué a este destino exótico a través de la ciudad de Iquitos, lugar no menos excepcional, a donde volé desde Lima.  Al salir por la escotilla del  avión me recibió el vapor, el calor y la humedad de su clima tropical, como si fuera un gigante sauna finlandés.  La población es numerosa: medio millón de habitantes.  Se extiende en una isla rodeada de ríos: el Nanay por el norte y el este, el Itaya por el sur y hacia el oeste el gran Amazonas, aunque su margen se ha alejado algunos kilómetros recientemente.  Su economía está basada en la explotación de las ricas maderas tropicales, el petróleo y el turismo.  La población es la mayor del Perú en la Amazonía, y ha evolucionada aislada del resto del país, ya que no tiene comunicación por carretera: sólo por medio de barco, a través de los ríos que surcan ese territorio.  Para un turista, hoy en día el mejor medio es el avión; anteriormente, para viajar de Iquitos a Lima había que cruzar en barco el continente y luego subir por el Atlántico para rodear por el canal de Panamá y descender por el Pacífico.  La ciudad, aunque grande en población, tiene una infraestructura limitada, de un pueblo menor, con vestigios arquitectónicos de un pasado más próspero, cuando comercializaba el caucho que el mundo demandaba como materia prima para el hule, una bonanza que terminó hace más de un siglo.

Amazonas_05Sonora de motos. Iquitos casi no tiene automóviles; según el taxista que me llevó al aeropuerto, hay más de 30,000 mototaxis: motocicletas adaptadas para cargar dos pasajeros —tipo rickshaw, o “pulmonía” como le llaman en Mazatlán, México— mientras que taxis de autos sólo hay 60.  Las motos se arremolinan en los semáforos, donde se nota la ausencia de carros de, inclusive, particulares; quizá había uno por cada veinte motos.  Iquitos evoca ciudades de la India o la misma Taipei, aunque aquí hay más carros.  Esta es la segunda ciudad que veo, después de Nueva Delhi, donde hay mototaxis en el aeropuerto.  El ruido es persistente en toda la zona del centro, ya que el pulular de las motos, con sus escapes, algunos abiertos, hace de esta ciudad un lugar sonoro.

Amazonas_06Camino al albergue. Dormí una noche en la ciudad, para abordar una lancha al día siguiente, que me llevó al campamento en la selva, donde pasé tres días.  El puerto, con un pequeño muelle, estaba lleno de lirios acuáticos (con algún envase plástico flotando), que rodeaban las dos lanchas, las cuales requerían un poco de pintura.  Mi grupo de turistas estaba integrado por dos americanos, un peruano-americano, cuatro peruanos, una australiana, dos jovencitas suecas, dos ingleses y el que suscribe.  Nos subieron a una de las lanchas, adaptada con sillas, donde el espacio era reducido.  Nos pusimos chaleco salvavidas y zarpamos para ver la ciudad flotante de Belén, un barrio grande de 40,000 familias de escasos recursos, según datos del guía, principalmente inmigrantes que ante la carencia de un terreno construyen sus casas en el río.  Las casitas son de madera, hechas sobre horcones anclados en el lecho del río, con grandes amarres para que no se las lleve la corriente.  El sitio luce como una Venecia paupérrima, donde la Amazonas_07gente hace sus vidas a través de canoas y vive en casas sin patio para sus hijos.  Después de visitar este barrio flotante, que asemeja el tipo de casas de las partes selváticas de Asia, nos llevaron a través del río al albergue: un lugar acondicionado con varios bungalows amazónicos: una especie de choza-cobertizo que consistía en una techumbre de palma sobre un pequeño cuarto, separado del techo, con dos de sus paredes dotadas de grandes ventanas, de pared a pared, cerradas con tela de mosquitero, así como el techo de estos cubos selváticos.  Todas tenían baño con sanitario y lavabo.  Mi cuarto tenía dos camas individuales.  Las cortinas eran sencillas (más bien modestas) y contaba con una mesa, aunque no había sillas.  El agua de la regadera era café, según me dijeron, por el ácido tánico que se desprende de las hojas, ya que el agua la tomaban de una laguna adyacente.  Me imaginé que el agua no estaba tratada, así que me bañaba con la boca bien cerrada, aunque a veces se me olvidaba.  No había electricidad, por lo tanto que no teníamos aparatos que nos acercaran a la vida urbana.  Sólo encendían un motor dos horas, al anochecer.  Los caminos, techados, eran plataformas de madera elevadas mediante horcones, y estaban iluminados con cachimbas caseras (botes llenos de petróleo con una mecha encendida); en los cuartos nos daban una lámpara de petróleo, que dejaba en la mano el olor a combustible cada vez que era movida.

Amazonas_08Delfines rosas y grises. Había un programa de actividades para todos los días.  La primera fue hacer un recorrido por el río para ver delfines; nos tocó suerte y vimos a una familia con pequeños saltando en el agua, y un travieso se acercó un poco al bote.  El viaje fue relajante, por la grandiosa vista del agua corriendo vertiginosamente, arrastrando con ella desde plantas hasta troncos de árboles, por los numerosos pájaros volando y, en las anchas riberas, la verde jungla con platanares y papayos que cultiva la población.  Ya de regreso, nos dieron la oportunidad de echarnos un clavado en el río; acercaron la lancha a una de las márgenes y cuatro de nosotros nos zambullimos en esa turbia agua amazónica.  Experimenté una sensación de libertad al sentir la frescura del agua, al mirar el horizonte azul suspendido sobre este enorme lecho de agua, aunque siempre al pendiente de los animales, quizá una culebra, o una de las famosas pirañas, aunque el guía nos había asegurado que no habitaban en aguas que corren, sino en las tranquilas.  Abordamos la lancha con dificultades, ya que no tenía escalera, y mojados nos vestimos de nuevo.  Al volver tuvimos una estupenda cena, donde el plátano frito, el arroz, la yuca y las aguas de frutas locales eran la delicia.

Lluvia en la selva. Nos llevaron a dar una caminata nocturna por la jungla, enfundados hasta las rodillas en altas botas de hule.  Cargué con ropa extra y la indispensable cámara.  Los doce turistas fuimos puestos en fila india, encabezados por nuestro guía, un joven de nombre Luis, y otro más en la cola.  La vereda era tan angosta que resultaba imposible andar en pareja porque la espesa vegetación lo impedía.  En el camino, nos explicaban sobre las plantas y los insectos cuando de repente empezó a llover.  Al principio no sentíamos mucho la lluvia porque las copas de los grandes árboles nos protegían, pero al poco rato ya nada nos tapaba y nos empezamos a mojar.  Guardé mi cámara en la mochila y la enrollé para protegerla; ya antes me había puesto el rompevientos y su gorro para protegerme de los mosquitos, más unos guantes.  El agua empezó a inundar todo, y el camino se tornó resbaladizo, aparte de hoyos, palos atravesados y ramas que obstruían.  El guía cambió de rumbo porque el planeado estaba ya inundado, así que nos perdimos un poco y empezábamos a desesperarnos cuando a cuatro de los compañeros, entre ellos dos damas, les picaron unas grandes hormigas a través de los pantalones y, al tratar de quitárselas, les picaron en las manos. Unos gritaron y luego vinieron las quejas por el dolor que sentían.  Varios no traíamos lámparas, así que a veces dábamos tumbos porque no mirábamos tanta rama atravesada, amén de la lluvia que limitaba la vista.  Regresamos después de una hora al campamento, hechos una sopa de lo mojados, después vinieron las curaciones para los picados de insectos.  Creo que a todos les dieron analgésicos, porque el dolor era intenso, y yo les presté una crema para picaduras de insectos, pero eso apenas les calmaba las molestias.

Amazonas_09Espectáculo indígena. Al día siguiente estábamos citados a las 6:30 de la mañana para ver aves.  La mayoría no nos levantamos porque toda la noche había llovido y en la mañana aún no paraba, y además teníamos aún el susto de las picaduras.  Desayunamos, luego nos llevaron a ver un pueblo de indios Yaguas, quienes montan un espectáculo para turistas con sus danzas y rituales.  Fue interesante: nos pintaron la cara con rayas rojas, nos hicieron bailar y luego disparamos dardos con una enorme cerbatana, además de comprarles algunas artesanías.  Las mujeres vestían una falda corta (una tela roja enrollada) con sus pechos al aire libre; había señoras grandes, jóvenes y niñas, algunas delgadas y otras con abdómenes abultados  Los hombres llevaban un faldón de fibras como de palma y los dorsos desnudos.  Fue interesante ver a este grupo que, aunque actuaba para nosotros, nos daba de cualquier manera una idea de la vida que llevan nuestros coterráneos en zonas alejadas de la civilización.  Regresamos a comer.  De nuevo los platillos estaban bien cocinados; lo más notable era la ensalada de corazón de palmera, el cual la desenrollan en unas largas y delgadas tiras de hojas tiernas, como listones de color blanco, que aderezan con un aliño de limón.  Había también ensalada de betabel con papa y, como platillo principal, pescado.  En el albergue había un niño de 12 años de nombre Juan, aunque aparentaba tener ocho.  Pequeño, callado y menudo, pero trabajador y acomedido, era originario de esta zona selvática.  Iba a la escuela; comentó que entraba a las 7:30 y salía como a las 10:00, Amazonas_10cuando había clases, ya que a veces los maestros llegaban hasta el martes y se iban el jueves o el viernes.  Su sueño es ser médico, y tiene que irse a Iquitos a estudiar la secundaria cuando termine la primaria.  Afortunadamente uno de sus hermanos mayores trabaja allá en un taller, y podrá quedarse con él; después tendría que irse a Lima, donde todavía no sabe cómo podría hacerle, porque no tiene familia en la capital, y seguramente los padres no tienen los recursos para sostenerlo.  La historia, es común en este apartado lugar del planeta, como en todo nuestro continente latinoamericano, pero la esperanza es que el pequeño, de grandes limitaciones económicas, tiene también grandes sueños de estudiar, algo que posiblemente logrará porque ya tiene un claro objetivo en su vida

Amazonas_11Por la selva anegada. En la tarde, nos subieron a unas canoas para recorrer la parte inundada de la selva, que son grandes extensiones a lo largo de las márgenes de los ríos.  Estas amplias zonas permanecen así, con un metro o más de agua, por medio año, durante la temporada de lluvias, para después secarse en el estío.  Este recorrido fue quizá el mejor para sentir la selva, y ver sus diferentes niveles de vegetación; la que vive abajo del agua, la que flota en la misma, los arbustos que crecen chaparros, así como los árboles bajos, hasta los de gran altura, más altos que un edificio de cinco pisos.  Fue impresionante ver como todo se pudre, se descompone, para dar paso a otros estadios de la vida vegetal que nace, renace y se reproduce a cada instante en este paraíso de selva tropical.  Los animales también viven, conviven, pelean, matan, devoran, mueren y se nutren unos con otros y unos de otros en la interminable cadena alimenticia.  El olor era de hojarasca húmeda.  Los responsables de cada canoa, dos en total, eran los que remaban y explicaban detalles en ciertos momentos.  La indicación era guardar silencio, para no alborotar a la fauna, y no podíamos tocar las plantas, debido que muchas tienen insectos y espinas, inclusive las palmeras, de las cuales nunca había visto con esas enormes púas.  Recorrer estos angostos canales, remando entre la maleza, fue impresionante, porque era posible mirar desde el fondo hasta las alturas de las copas de los árboles, los cuales también están entrelazados en esta biodiversidad, unos están cargados lianas, y otros con múltiples helechos.  Tal parece que todos, tanto árboles como animales, viven unos de los otros, nadie es independiente en este ecosistema, unos son parásitos y otros son huéspedes.  La vegetación era densa y desplegaba toda la gama de verdes de la selva húmeda.

Atardecer con moscos. Las dos tardes de la estancia nos llevaron a ver el atardecer en una de las comunidades cercanas, con el torrente del río como espejo reflector de la caída del sol; lamentablemente, la primera vez las nubes nos bloquearon la vista.  La siguiente fue un poco mejor, aunque justo antes de morir el atardecer, se atravesó un nubarrón.  En dichas ocasiones fuimos platillo invitado de los moscos, y también de los jejenes, esos diminutos insectos un poco redondos que pican con vehemencia si no tiene uno repelente.  Inclusive, en ocasiones parecía que el repelente no era suficiente, así que había que sacar las ropas de manga larga para cubrirse el cuerpo.  Una de esas tardes, el anfitrión local, que vendía refrescos, nos enseño una tortuga que tenía en cautiverio, muy distinta a las que conozco en mi latitud: esta parecía sacada de la era cuaternaria, con caparazón cuadrado y cabeza aplanada, de cuello bastante largo.  Luego nos mostró una anaconda bebé, como de un metro, que había sacado del río, la cual mordió a uno de los miembros del grupo cuando quiso agarrarla; afortunadamente no tienen veneno, pero le dejo los múltiples dientes marcados, como si fueran de aguja de coser en hilera doble.

Amazonas_12Arañas. En la noche organizaron otro tour para ver telarañas.  La mayoría decidimos no ir, pues aún estaba muy presente el miedo de las picaduras de hormiga de la noche anterior.  En lo personal decidí tener precaución: la idea de caminar en la penumbra, rodeado de tanta rama e insectos y con mi alergia contra las picaduras de mosquitos, era razón suficiente para quedarme en la comodidad de la palapa principal, platicando y tomando una taza de té con los demás exploradores sensatos.

Amazonas_13Animales de la Amazonía. Otra tarde, nos llevaron, de nuevo por el río, a ver a los animales más representativos de la selva, los cuales normalmente no puede uno ver, aunque se pase dos semanas caminando por la misma, ya que entre tanta maleza,  árboles y los matorrales no es posible mirar más allá de unos cuantos metros.  Siempre hay sendos árboles cuyas copas forman un cielo verde tan cerrado, que hasta el sol tiene dificultad para penetrar.  En un improvisado zoológico, el joven administrador nos empezó a mostrar changos de diferentes tipos, entre ellos el más llamativo fue el oso perezoso, un bonito mono de lento movimiento y de gran docilidad, que abrazaba como bebé a quien lo tomara.  Otro fue uno que le llamaban chango abuelo por el Amazonas_14gran pelaje, y lo gruñón, pues no le gustaba que lo tocaran.  Luego nos mostraron una anaconda, y los más atrevidos de los turistas se enrollaron en ella, uno de ellos con mala suerte, porque el ofidio hizo sus necesidades fisiológicas, algo entre líquido y sólido de color verde, mientras la cargaban, además de que quedaban enlodados porque la acababan de sacar de su estanque.  También mostraron coloridas guacamayas y tucanes.  Tener este desfile de animales fue una vivencia agradable; el mirarlos y tocarlos ya domesticados, sin tener el peligro de caminar por la selva en su búsqueda.

Amazonas_15Pescando pirañas. La última actividad fue ir a pescar pirañas.  Nos montaron en la lancha, techada como todas, y nos alejamos para llegar a una de las orillas del río, donde los guías diligentemente escarbaron la tierra para sacar un manojo de lombrices que pusieron en una copa de flor de plátano, luego prepararon las cañas, unos palitos delgados que habían dotado de línea de pesca y anzuelo.  A todos nos dieron una y lanzamos el anzuelo.  Sólo tres lograron pescar algo: en total dos sardinas y una piraña.  Las famosas pirañas al parecer son bastante inteligentes, se comían la carnada en un santiamén, mi anzuelo fue cargado siete veces con lombrices y las condenadas, en pequeños tirones, se las comían rápidamente.  Sólo en un ocasión, medio logré sacar una, que al salir del agua se soltó, para regresar feliz al río.  Después de repetidos intentos, preferí ponerme a ver el paisaje y a tomar fotos.

Amazonas_16Regreso. Al terminar mi estancia de tres días (unos iban por un día, otros por dos) nos trajeron del albergue a Iquitos.  La buena convivencia del grupo generó buena camaradería, intercambiamos direcciones, invitaciones para visitar nuestros países y promesas de que nos enviaríamos fotos comunes.  Cada quien cargó su maleta, luego subimos al bote y le dijimos adiós al personal del albergue, que siempre fue amable, y al salvaje amazonas, aunque todavía nos quedaba surcar uno de sus afluentes para regresar a la ciudad.  En mi caso, regresaba cargado de imágenes mentales, entre ellas navegar por la zona de la selva inundada y sobre todo el chapuzón, ese clavado y esa nadada en las aguas color café del Amazonas, donde se miraba el gran cielo encapotado de esa pardeada tarde tropical enmarcada por la ribera llena de árboles y platanares