Visitar el centro de Morelia es retroceder unos siglos en la historia de México, es ver y sentir esa atmósfera que generan sus casas, sus palacetes y múltiples iglesias coloniales, que parecen estar a la vista en cada bocacalle. Tuve el privilegio de asistir como invitado a la ceremonia de cambio de mesa directiva de la Asociación Michoacana de Bibliotecarios el viernes 29 de febrero. El equipo saliente presentó un informe de grandes logros, como la recaudación de 6,000 libros y su redistribución en algunas bibliotecas que los requerían, así como la realización de dos congresos, programas de capacitación, y una membresía de alrededor de 120 socios, por citar sus mayores éxitos. La asociación, que nació como sección de AMBAC (Asociación Mexicana de Bibliotecarios, AC) hace 25 años, se transformó en una entidad independiente hace dos, cuando obtuvieron su registro y acta ante notario. Los nuevos dirigentes representan bibliotecas de instituciones públicas y privadas y presentaron un buen programa para el bienio siguiente; dentro de él, destacan la voluntad de dar continuidad al congreso, que realizarán por quinta vez en agosto de este año, y el tratar de darle mayor visibilidad al trabajo del personal bibliotecario. El evento fue en el salón de eventos del IMCED (Instituto Michoacano de Ciencias de la Educación), una institución pública, eficiente, dedicada a la formación de profesionales en la educación, con una magnífica biblioteca, que dirige Laura Cervantes y su colega Dolores Barrios, la primera presidenta y la segunda tesorera, ambas de la mesa saliente. La sesión tuvo toda la formalidad necesaria, con directores de instituciones educativas y representantes de gobierno, entre ellos el director de los colegios de bachilleres en el Estado y decenas de socios. Al final hubo una excelente recepción, amenizada con música viva.
Concluida esta etapa del evento, los directivos organizaron una comida, donde tuvimos una charla sobre qué tipo de relación desean tener con AMBAC, cuál ha sido su experiencia en los últimos años y cómo se podrían generar sinergias organizacionales a nivel nacional. Otro de los temas fue su participación en el proceso de planeación estratégica que desarrolla actualmente AMBAC para la siguiente década.
El tiempo restante de la tarde fue libre. Descansé par de horas, para reponerme del vuelo de llegada, que había sido antes de romper el alba (6:30 AM), más una escala de tres horas en el DF y la conexión a Morelia, para llegar al medio día y directo al evento mencionado. Ya de noche, salí a caminar para ver los edificios más emblemáticos de la ciudad, entre los cuales la estrella es la Catedral, una construcción de tamaño monumental, con una iluminación estupenda que permite admirar sus finos detalles arquitectónicos. Después me dediqué a deambular, principalmente por la Avenida Madero, su rúa principal, donde están los imponentes edificios del palacio estatal y federal, su plaza principal de árboles meticulosamente cortados en círculos, y los centenarios templos de arquitectura romana que pueblan el centro de la ciudad. Cuando las energías bajaron, me fui a comer a San Agustín, una plaza de puestos de comida típica michoacana, donde degusté unas enchiladas placeras, un atole de guayaba y unas tostadas de pollo. A media noche regresé al hotel, una casona convertida en posada; la Mansión San Francisco, la cual está decorada con artesanía contemporánea de Michoacán, inclusive en aireadas habitaciones de unos seis metros de alto, donde cabría fácilmente otro cuarto.
Al día siguiente me dio un tour Jorge Escutia, miembro de la mesa saliente. Iniciamos en la Casa de Artesanías, ubicada en un conjunto arquitectónico de un ex-seminario, con una enorme plaza y su respectivo templo. La creatividad artesanal michoacana se distribuye museográficamente a lo largo de varias salas en la planta baja, donde todo está en venta, y en la planta alta hay salas pequeñas de cada región del Estado que pertenecen a particulares. El barro en sus diferentes formas, texturas y colores ocupa grandes espacios, entre ellos unos gigantes jarrones y las piñas clásicas de la alfarería michoacana. Otro tipo preponderante de artesanía son los productos de madera de pino: juguetes, muebles y adornos, que también son clásicos de este Estado.
La siguiente y final etapa de la visita fue recorrer de nuevo las calles y edificios más importantes, pero ahora con la luz matinal del día. Entramos a la Catedral, y al Palacio Federal, que tiene una serie de patios cruzados por un pasaje que semeja la entrada de un laberinto. Subimos también al techo de un edificio ubicado frente a la plaza principal, de donde se domina visualmente la ciudad, y sobre todo la catedral. La vista panorámica de Morelia era ahora diferente, con la multitud de edificios que circundan su compacto centro histórico, lleno de edificaciones de siglos pasados, cubiertos de cantera en sus fachadas, las cuales, según sus pobladores, lucen mejor después de una lluvia, cuando se aclara y toman un color rosa cantera, que se vuelve resplandeciente y atractiva con los rayos del sol. En conclusión, la experiencia de vivir Morelia y su centenaria atmósfera arquitectónica fue, como siempre, agradable, y relevante por escuchar el reporte de trabajo, que realiza la Asociación Michoacana de Bibliotecarios, que empuja al Estado a un mayor desarrollo informativo en beneficio de su población.