Tuve un buen viaje y un sábado especial, viví un cóctel sabatino de experiencias y emociones. En la mañana, me levante y me fui a la Asociación Mexicana de Bibliotecarios (AMBAC) en la Colonia del Valle, la cual está en un transitado eje. Participé en la reunión de la mesa directiva para tratar de definir la sede del siguiente congreso, el cual parece que será en Acapulco, el primer mítico, aunque ahora rebasado por otros destinos, como centro vacacional del país. Cuando terminé me reuní con mi hijo Pavel, quien casualmente estaba alojado a dos cuadras de donde me encontraba, tenía la idea de que estaba más distante. Nos fuimos a comer, acompañados de una amiga de él a un restaurante de la magnífica avenida Reforma, el equivalente de Champs Elysees de Paris, que recientemente, no desde cuando, tiene una serie de bancas, con los diseños muy ingeniosos y de muy variados y buenos materiales. Uno puede recorrer sus muchas arboladas cuadras admirando asientos encontrados, laterales, contiguos y en forma de camastros, manos o formas de art noveou de materiales, como el acero, concreto, y madera. Comimos en el restaurante de un hotel El Emporio construido, en la época final de Porfirio Díaz, esos tiempos cuando México miraba hacia Francia e importábamos modelos galos. Frente a nuestra mesa estaba ese caballero, en una foto de blanco y negro, que administró con mano de hierro durante cuatro décadas este país, en un largo lapso que transcurrió en buena parte del siglo 19 hasta principios del 20. El edificio de arquitectura, obviamente afrancesada, celebraba, según el mantelillo de papel en nuestra mesa, la centena de años de su inauguración.
Marcha inseguridad. Al concluir la comida y la corta sobremesa, dejé a los muchachos y me fui a descansar a mi hotel, uno de nombre pomposo, pero de precios de pico de estrella, que estaba a una cuadra. Después salí a ver la mega marcha contra la inseguridad que inició a las 18:00. Miles de personas caminaban como un río de aguas blancas, ya que la gente vestía de ese color. Unos cargaban además paraguas porque la tarde había amenazado con lluvia, había salpicado con llovizna. Traian también algunos pancartas con leyendas pidiendo seguridad, y una que otra contra los tres partidos políticos dominantes. Entonaban diferente frases, como viva México, gritaban porras y a largos ratos todo era caminar en silencio. Gran parte de los participantes eran gente de clase media y alta.
Dramas familiares. Observar la marcha durante más de una hora y mezclarse entre ellos para tomar fotos fue una experiencia de una clase de sociología, que me recordó a Luis Recasen Siches, un enorme libro sobre sociología que estudie, a veces sin entenderle, durante mi licenciatura en derecho, cuando el tiempo era mocedades y que ahora son parte del pasado. Tres familias que marchaban me impactaron, una llevaban fotos, por ambos lados de la pancarta, de un joven que había sido secuestrado y asesinado. Uno de los familiares, era también un joven con enorme parecido al fallecido, algo que si miraba al resto de la familia, notaba que todos tenían algún rasgo del desaparecido. Otra, una muy conocida por la prensa nacional, era la familia Wallace, que perdió un hijo en un secuestro. Ellos llevaban impermeables transparentes con la leyenda, “Caso Wallace aún no aclarado”. Su historia había sido publicada, de nuevo, ese día en el periódico Excelsior, ahí se narraba cómo la madre, con anuncios panorámicos (letreros espectaculares), números telefónicos 01 800´s gratuitos y una recompensa de un millón y otro medio millón de pesos para quién le entregara con vida a su hijo y la segunda cantidad para quien diera los nombres de los secuestradores, logró identificar a la mayoría de los secuestradores asesinos, pero aún lamentablemente no recupera el cuerpo de su hijo. Otra familia, que por sus ropas lucía como también de ingresos altos caminaba con una foto de otro joven víctima de la delincuencia.
Anecdótico. Aparte de los dramas que reflejaban ciudadanos por vivir en carne propia la inseguridad de la Ciudad de México y en general del país, había escenas que contrastaban con lo anterior, por ejemplo los perros que muchos dueños aprovecharon llevarlos consigo, para ejercitarlos, algunos con su respectiva manta o calzón blancos con letreros alusivos a la inseguridad. También el de los vendedores que estaban apostados estratégicamente en los elegantes camellones de Reforma, unos vendiendo frituras de esas que van directo a aumentar la cintura, otros con frutas, entre ellas las “jicaletas” (término que por primera vez leía y que usaban todos los vendedores), unos esbeltos cortes de jícama cubiertas del rojo del chile, combinado con limón y sal. Estas jicaletas obviamente eran más sanas que las vendimias anteriores. También fue interesante ver como una vendedora traía a su niño de cuatro años, más o menos, embrollado y metido en la base del triciclo, que en su parte alta cargaba la fruta; y finalmente un carrito de esos que usan los restaurantes, donde los empleados de la gran cadena de restaurante, que es famoso por uno de azulejos, que pertenecen al hombre más rico de México, vendían tortas, café, aguas y refrescos. Éste lo tenían apostado en la acera contraria al restaurante, donde sus vendedores vestidos de azul marino y corbata empacaban en bolsas del corporativo nacional, compitiendo con los vendedores callejeros. Esta visión no supe como evaluarla, si era un acto de un gran emprendedor o era simplemente una dura competencia, de una de las mayores cadenas de restaurantes, con vendedores que apenas tienen, o quizá trabajan, una bicicleta para vender. Lo que si miraba, y era claro, que su logo de las bolsas atraía a clientes. Igualmente, vendedores de banderas, flores, globos, plásticos para la lluvia, y sombreros, todos blancos, complementaban la escena de la gran mega marcha, junto con los indispensables periodistas, de los cuales había muchos, o cuando menos que lucían como tal, con grandes cámaras, más puestos de los canales de televisión apostados para tener las mejores tomas de la romería.
Fantasía. Después de la vivencia multitudinaria, creo que de más de un millón de manifestantes, me fui a encontrar a los dos jóvenes en la noche, para ir a ver el musical La Bella y la Bestia. Fuimos al centro de espectáculos que tiene por nombre el de la empresa telefónica más grande del país, ese mismo consorcio dueño de los restaurantes que aludía, a quien todos le pagamos mensualmente por sus servicios, algunos justos y muchos de elevados precios, más cargos raros de comunicación inexistente. El espectáculo, que me hizo olvidar lo vivido anteriormente, fue fantástico, de trama infantil, llana y de fácil desenlace final, pero de regia coreografía, y escenario ensoñador de calidad internacional. La música y el baile de can can de los humanos-objeto, productos del hechizo al mal educado príncipe convertido en bestia, más el parafraseo en francés de los actores con que salpicaban sus parlamentos en español, lo hacían a uno viajar al mundo de la fantasía de tipo europeo. Vivir esta experiencia visual, aunque casi desde el techo del teatro, porque los boletos estaban bastante caros, fue una sensación contradictoria con la vivida en la marcha de la avenida Reforma, pero que en ambos se sintetizaba la vida humana, un de ver el dolor y otras el de la felicidad, aún esta fuera de historia ficticia.
Reunión sobre el pasado. Como la mayoría de los viajes, tenía un objetivo principal profesional, fui a participar, como parte de la mesa directiva, a la tercera reunión ordinaria de AMBAC, la cual se celebró en el señorial edificio de la Ciudadela, que alberga la mayor biblioteca pública del país, la central de toda la red de este tipo de centros. El evento principal, aparte de la reunión, fue un panel sobre la historia de las bibliotecas públicas contemporáneas, donde participaron ex – directores, el director actual y uno de los más antiguos bibliotecarios del país (quien dirigió la dinámica), más una colega de Chiapas. La experiencia contada por estos actores de los 30 años de la creación de la red de bibliotecas públicas, aunque erróneamente se celebraban 25 (sólo celebraban cuándo oficialmente se le llamó así, no cuando realmente inició), fue interesante, y rica en historias personales, por lo menos de una de las panelistas, que me hizo vivir pasados profesionales, ya que con todos he participado de alguna forma. La calidad de los panelistas, su representatividad en la historia contemporánea de las bibliotecas atrajo a cerca de 300 personas, algunos también parte del devenir del libro y la lectura.
Corolario. La visita a la enorme Ciudad de México fue corta, de dos días, llegué el viernes en la tarde y me regresé el domingo en la mañana, sin embargo, me pareció una estadía más larga, por la mezcla de experiencias, esas que tiene la sociedad y cada individuo, ese coctel de vivencias que se tiñen de colores, sabores, aromas y densidades que sólo al final de la jornada, puede uno distinguir y tratar de pensar como las asumirá para los días y meses siguientes.