El camino se vuelve angosto al llegar, de un solo carril, cuando se deja la carretera que va rumbo a Uxmal, por la misma autopista que lleva a Campeche. Los caminos de llegada son como vecinales, asfaltados, flanqueados por la maleza y la vegetación de selva baja de la Península de Yucatán. A lo largo, hay letreros de poblados en lengua maya, que dan la sensación de estar en otro país, quizá Corea, porque algunos son de pocas silabas: Xtepén, Yaxcopoil, Sihunchén; ninguno de los asentamientos está a la orilla de los caminos, excepto el último, un lugar de casas que amalgaman la arquitectura ancestral maya con las construcciones mestizas españolas, con jardines frutales, donde sobresalen los naranjos, que maduran en invierno. Las casas de ladrillo “modernas” con su puerta y una o dos ventanas en el frente, son como de cuatro metros de frente, pequeñas, quizá con dos o tres habitaciones. Junto a estas casas modernas, están las tipo choza de plano ovalado, como circular, de paredes de vara enjarradas con barro, pintadas con cal, blancas o bien rojizas, ese color que usaban los mayas desde siglos atrás, con techos altos de palma, de cuatro corrientes de agua, como las palapas de Pacífico Sur. El destino al que se llega es Temozón (en maya lugar de torbellino) Sur, donde hasta el pleno centro está el frontal de la Hacienda Temozón, una gran propiedad de 36 hectáreas, antes tuvo cientos de ellas que circundaban el pueblo, fundada hace 300 años en lo que fue un centro ceremonial maya . La Hacienda inicia justo en el corazón del pueblo, frente a la plaza principal, lugar de reunión de la villa, con algún piso de concreto, bancas y unos árboles grandes. La construcción de la hacienda es de enormes proporciones, para haber sido la vivienda de una familia. La arquitectura es sencilla, pero con trazos y distribución de un palacete ubicado en la zona rural yucateca.
La propiedad en la parte urbana tiene una barda, de pequeña altura, pintada de rojo maya y blanco de cal, que realmente sólo delimita, ya que su altura no impide brincarla. La entrada está escoltada por una hilera dual de rectas y simétricas palmeras reales, que conducen a un arco señorial con reja, el cual a su vez conduce a los jardines y una rotonda, como preámbulo antes de subir una escalinata para un explanada cubierta de césped, que a su vez, lleva a otras escaleras en ambos extremos, para subir a un nivel más alto también cubierto de la misma grama, donde inicia el gran porche, con grandes arcos y columnas, tipo colonial español, que dejan ver sus ventanales y su puerta principal. En la primera parte frontal está el comedor, la sala, un estudio y una tienda, que sirven de vestíbulo para la Hacienda, atrás de esto hay una terraza de la misma proporción del edificio con una grandiosa vista de la alberca, una añadidura para convertirla en hotel, tipo minimalista con acentos de arquitectura y materiales mayas. En uno de los extremo del frente, está el cuarto del “Capataz”, en otras palabras la suite presidencial, que tiene su alberca, jardín privado e imponentes vistas, las cuales no pude ver porque estaba ocupada. El resto lo constituyen 28 cuartos, que flanquean el lado derecho de la entrada del jardín principal. Cada cuarto, al menos el mío, tenía unos 100 metros cuadrados con amplios baños y mobiliario con muchos detalles, los más llamativos eran las flores frescas de bugambilia con hojas verdes puestas en cada almohada, toallas y el tocador del baño, así como otras hojas más grandes que ponían en el aguamanil. El otro detalle lo integraban los múltiples elementos decorativos hechos de ixtle, que es la fibra extraída de la planta llamada Henequén. Los extranjeros le llamaron Sisal, por el nombre del puerto yucateco de donde se exportaba al mundo. Los mayas en cambio le nombraban sosquil, y por mis rumbos norteños ixtle. Aquellos que tengan unas cinco décadas de vida recordarán como el ixtle era la fibra con la que se hacían bolsas (que se usaban para el mandado del mercado), costales, jarcias, tapetes, mecates y sogas para amarrar todo tipo de objetos. La modernidad, con la ayuda de la química desarrolló fibras sintéticas como el nylon y la rafia, que ahora son más baratos y resistentes, sustituyendo la fibra natural. El mayor esplendor de la hacienda fue en la época de Porfirio Díaz, cuando tuvo su cenit en riqueza y grandiosidad. Los cuartos, aparte del número, tenían un nombre del uso corriente que tuvieron en el pasado, el mío coincidentemente se llamaba “La Biblioteca”, y a ambos lados estaban el Aula de adultos, y el Aula de Niños, me imagino que esa era el ala dedicada a la escuela, ya que cada hacienda era como un reino feudal, toda la vida giraban en torno a la finca, que hasta tenía su propia moneda para pagar a los trabajadores. El privilegio de estar en esta atmósfera porfiriana era de 600 dólares por habitación incluyendo impuestos, y la presidencial costaba 1,400 dólares por noche, cifras que no puede pagar cualquier ciudadano. Sus huéspedes distinguidos han sido muchos, entre ellos las grandes figuras políticas del plano nacional e internacional, como Bill Clinton, George Bush y obviamente los presidentes contemporáneos mexicanos, como Zedillo y Calderón, además del mundo de la farándula, como el grupo The Police.
La hacienda en sus mejores momentos de auge, llegó a tener más de 700 empleados, que junto con otras haciendas proveían el 95% del ixtle que consumía el mundo, para empacar granos y otros productos. El casco de la hacienda estaba rodeado de plantíos de henequén, una especie de agave, que para aquellos que lo conocen es una planta simétrica y de gran belleza por su figura y color azulado. Las pencas se machacaban con enorme maquinaria europea, esto en los años finales, para dejar libre la fibra que tendían por horas al sol en tendederos especiales, como barreras de saltos de atletismo. Una vez seca la fibra se formaban pacas con los macollos de hilos color dorado pálido, casi blanco, que más tarde, creo que en el extranjero, serían hilados para crear los productos requeridos. La acumulación de riqueza fue como las haciendas brasileñas del caucho en el amazonas, fue un boom de sólo unas décadas, en las que rápidamente se convirtieron en los centros de mayor acumulación de riqueza de la península a finales del siglo XIX y principios del XX. En el período de Lázaro Cárdenas, cuando los emporios henequeneros estaban iniciando su rápida decadencia, fueron expropiados, con lo cual básicamente se extinguió esta industria. Las grandes riquezas de las haciendas desaparecieron y la actividad económica casi desapareció. En 1996, la propiedad fue vendida a particulares mexicanos, quienes restauraron, casi rehaciendo la fiinca, para darla en administración a la cadena hotelera Starwood Hotels e incluirla en la “Luxury Collection Hotels and Resorts”, famosa por hoteles de gran lujo tipo boutique. En la hacienda hay varios cenotes, y nos llevaron a ver uno que estaba junto, donde realizan bodas, y la bienvenida al atardecer la dan los murciélagos, que revolotean en círculos cuando llega uno. Dicen que en el área de Yucatán hay unos 1,300 cenotes, especie de pozos naturales nutridos por ríos subterráneos, que formó la naturaleza en miles o millones de años, ya que como el terreno es completamente plano, la absorción del agua generó estas descargas pluviales bajo la tierra.
Volviendo al recorrido de la llegada, al arribar al aeropuerto de Mérida, distante a unos 40 kilómetros de Temozón nos recibió un autobús que nos condujo a la Hacienda, donde el personal debidamente uniformado nos recibió, en el jardín, con un vaso de agua de jamaica con hielo y una toalla húmeda para limpiarnos las manos y luego pasar a registrarnos. El objetivo del viaje fue atender una reunión convocada por la agencia de revistas científicas y libros Springer, de origen alemán-holandés, la segunda empresa en su género en el mundo. Al evento fuimos convocados 17 directivos bibliotecarios, dos no llegaron, de México, para formar un consejo asesor, donde deberíamos hablar del tipo de producto informativo que requieren nuestras comunidades de aprendizaje, y lo que puede ofrecer esta organización. El evento estuvo organizado con gran detalle, traían contratadas dos facilitadoras de Ohio, dos traductoras profesionales de Mérida, más seis directivos y agentes de ventas que procedían de Nueva York y Boston. Las sesiones fueron manejadas muy bien y fueron enriquecedoras para todos los que participamos. El personal de Springer fue profesional en todas sus intervenciones y preparación de materiales. Las comidas fueron buenas, nutritivas y dietéticas, con buenos sabores, y una buena presentación de los alimentos. Tuvimos un recorrido de la Hacienda al llegar, luego un cóctel, y una cena, seguido de una tertulia para conocernos. Dos de las cenas fueron al aire libre, una bajo la luz de la luna y acariciados por un aire inusualmente frío de Yucatán, y otra en la fábrica de ixtle/sosquil con vista a los campos de secado de la fibra. El viernes, sesionamos todo el día, fue el más pesado, y el sábado trabajamos medio día, comimos en el comedor principal y luego, ya como postre del evento, nos llevaron a recorrer el sitio arqueológico de Uxmal, ubicado a unos 30 kilómetros de distancia.
Uxmal lucía tan imperial como siempre, para mi era la tercera vez que lo visitaba, la última vez fue hace como ocho años, pero no dejó de sorprenderme, una vez más, su imponente pirámide ovalada, que se levanta majestuosa justo a la entrada del sitio arqueológico. Un guía nos condujo dando buenas explicaciones históricas y detalles que uno a simple vista no descubre. El sol quemaba, aún cuando no estaba tan caliente como el de verano. Tomé muchas fotos tratando de absorber digitalmente la belleza del sitio. Desde cualquier ángulo se ve la simetría de la arquitectura maya, donde sobresalía el arco maya, esa puerta triangulada al techo, realizada con gran maestría en piedra. Según nos dijo el guía, los mayas escarbaban la tierra para sacar piedra, ya que no está a flor de suelo o bien la traían de otros sitios, en una época en que no tenían bestias de carga. Los hoyos después los usaron para acumular agua de lluvia y sobrevivir la época de sequías, ya que en el sur de la península no hay cenotes. En la caminata, recordé el bonito espectáculo de luz y sonido que disfruté con la familia la última vez que había venido. Al terminar, nos llevaron a otra hacienda, la de Ochil a cenar algo temprano, ahí degustamos comida y antojitos yucatecos, además de ver y sentir otra hacienda henequera del mismo estilo, pero menor, con su cenote, que le sirve de fondo a un anfiteatro construido recientemente. Había una exposición sobre el henequén y sus usos y efectos en el desarrollo de Yucatán. Regresamos ya con la oscuridad de la noche, que palidecía por la luna llena.
Esa misma noche, nos llevaron a Mérida, donde se celebraban una especie de fiesta nocturna sabatina, que realizan el último sábado del mes, llamada “Ponte Chula Mérida”, noche en que cierran la Calle 60, la principal, para que los restaurantes saquen sus mesas a la calle y tengan música viva. La rúa con bonitos edificios coloniales que se levantan a sus lados, así como iglesias y plazas, tenía una romería de adultos y jóvenes, que parecía una larga plazuela horizontal. La interacción informal nos hizo establecer mejores lazos de amistad con los funcionarios de Springer, como entre nosotros, los colegas de México, algunos con los cuales no había convivido. El domingo, empaqué mi maleta, como los demás, para tomar el transporte de regreso a Mérida y volar vía Ciudad de México a Veracruz. Volví al atardecer con la gran vivencia de sentirme un hacendado, con categoría de príncipe, por la belleza y la exclusividad de la Hacienda Temozón, y como un profesional privilegiado por atender la reunión inicial del Consejo Bibliotecario Springer de México.
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