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Tomé un tren de Budapest a Kosice, Eslovaquia muy temprano el sábado, en abril. Me hospedé en un hotel, la noche anterior, junto a la estación del este. Me levanté a las cinco de la mañana, me vestí rápidamente, sin bañarme, porque no había tiempo, sólo un poco de agua fría, que realmente estaba fría, para despertar. Me compré un sándwich turco y una botella de agua para desayunar en el camino. Me subí al tren, un poco antiguo pero limpio, de esos que tienen cabinas con seis asientos, tres de cada lado. Busqué una cabina para mi sólo, pero no encontré, ya todas tenían al menos un pasajero, saludé al pasajero, un joven húngaro y acomodé mis cosas. Después de degustar la torta, me tiré en una hilera de asientos y recuperé el sueño que me había hecho falta.
Llegué a la pequeña estación de tren de Kosice y mientras llamaba a casa de Monika Kosiová, la chica de intercambio que estuvo en casa varios meses por el Club Rotario, llegaron ella y sus papás. Los tres elegantemente vestidos de color negro, ya que había fallecido la abuela materna dos días antes, así que los visitaba en pleno duelo familiar. La abuelita recibiría los últimos honores fúnebres el martes de la siguiente semana, ya que al parecer el proceso fúnebre dura como una semana y según entendí, antes del entierro no se vela el cuerpo, más que el primer día y el último. Me llevaron a su casa ubicada en una villa cercana a la ciudad de Kosice. Me ofrecieron desayuno de carnes frías, queso de borrega (creo que nunca lo había comido de leche de oveja según el álbum de mis recuerdos) en su jardín, el cual es grande, con árboles frutales de invierno, como manzanos. La casa es grande, nueva de unos 10 años, con techo de varias aguas de tejas, con vista hacia la descendiente de colina, donde está el aeropuerto. Luego me llevaron al centro de la ciudad, donde nos esperaba el jóven Milan, un profesor de la escuela de Monika, quien era experto en historia. Empezamos por la iglesia, una gran construcción de gótico tardío ricamente decorada en el exterior e interior, especialmente el techo de tejas de colores, con el cual forma una especie de petatillo cuadriculado, que jamás había visto, pero que luego me di cuenta que en Budapest también había un estilo arquitectónico similar con esos techos. La iglesia data de la edad media, creo que del siglo XII. La iglesia, como en toda ciudad, está en el centro, con una plaza y el palacio municipal en la avenida principal, la cual es peatonal. En ambos lados de las aceras hay una colección de estilos arquitectónicos de bellas casas de tres o cuatro pisos, construidas en siglos pasados y reconstruidas en diferentes etapas. Había fachadas neoclásicas, góticas tempranas, góticas tardías, afrancesadas, etc. Caminar por la avenida era relajante, bajo un sol radiante, pero fresco, casi frío, se requería chaqueta. El guía iba, por ejemplo, vestido de pantalón y chamarra de piel.
Entre las distintas paradas con ricas explicaciones históricas, pasamos por un bar pro-soviético, donde se reúnen románticos del socialismo y curiosos. El lugar está decorado con las clásicas fotos de Lenín y Marx. Luego pasamos frente a una librería, donde el guía nos mostró el libro sobre Kosice, que era de su autoría, una guía en inglés de la ciudad, la cual fue comprada por Michal, el papá de Monika, quien me la regaló. Fue un bonito libro lleno de fotos y de detalles de la ciudad. Cuando el guía terminó de mostrar los principales atractivos, continuamos ya sin él, con una caminata hasta terminar la avenida. Luego hicimos una pausa, y me llevaron a comer a un restaurante de una de las zonas restauradas, un lugar bien decorado, donde su detalle principal es que las sillas de las mesas eran todas diferentes. Continuamos después con una visita a un museo con una sala de arte moderno, para luego regresar a la casa, para un baño e ir a la ópera a ver “Baile de Máscaras” de Giussepe Verdi. La ópera cantada en italiano fue realizada por un excelente grupo de cantantes de diferentes países, aunque la compañía es local. La orquesta tocó magníficamente en un teatro de excelente acústica, el cual además estaba ricamente decorado, con frescos sobre la bóveda en forma magnificente. La ciudad sencillamente, aunque pequeña tenía el esplendor de los tiempos reales de cuando era parte del imperio austro-húngaro. La vista fue placentera y de gran hospitalidad de la familia de Monika, quien con su excelente español fue mi intérprete cuando el inglés no fue suficiente para comunicarse.