Colombia colonial: Cartagena de Indias

mayo 3rd, 2009 by Jesus Lau

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He venido a territorio colombiano una vez, más, para atender un congreso organizado por la Escuela de Bibliotecología de la Universidad de Antioquia, ubicada en Medellín, Colombia.  Previo a dicho evento, hice una escala de fin de semana en Cartagena, la ciudad más colonial de este país sudamericano.

Oportunidad perdida. Me arrepentí de venirme en taxi al aeropuerto, ya que perdí la oportunidad de mi vida de trasladarme en carreta tirada por mula.  En un momento de titubeo, acepté el consejo de la joven empleada de la casa de huéspedes, donde dormí, de que era mejor el taxi al carruaje, porque éste último tardaría y me cobraría más.  Ya en el trayecto al puerto aéreo, pensé en la oportunidad perdida de tener el placer de sentir el aire húmedo y cálido del trópico. Y palpitar al trote de un caballo a la orilla del mar caribe, que bordea la antigua ciudad de Cartagena de Indias.  Una población originalmente fundada por los españoles.  El centro antiguo de la ciudad, como es sabido, está amurallado con una gruesa pared de piedra, en algunos tramos de hasta cuatro metros de ancho por una altura de unos tres metros de alto, con sus respectivos fuertes y baluartes, que fueron erigidos en un periodo de 200 años para defenderla de los ataques despiadados de los piratas ingleses, entre ellos el famoso Francis Drake, que también atacó puertos de México, en su tiempo de Nueva España, que buscaban financiar a Inglaterra en su crecimiento industrial.

Ciudad amurallada. Cartagena fue el mayor puerto de Sudamérica y sigue siendo el más importante de Colombia.  Su muralla y su rol marinero, hace recordar a Veracruz, La Habana, Campeche que compartieron también esa función y por lo tanto también tuvieron murallas para su protección, con la diferencia de que Cartagena conservó esas viejas bardas de defensa.  La arquitectura es variada, pero predomina un estilo colombiano con grandes balcones, generalmente a lo largo de toda la fachada de las casas, donde generalmente cuelgan coloridas buganvilias.  Las callecillas son angostas y toman destinos no siempre rectos.  En el primer día fui a un restaurante típico y pedí pescado en crema de coco, pero como la cocinera dijo que tardaría porque aún tenía que preparar la leche de coco, le avisé que saldría a tomar fotos en los 20 minutos que tardaba.  Al cumplirse el tiempo, traté de regresar al lugar, pero por más vueltas que di por  los callejones cercanos, nunca pude encontrar el lugar, porque erróneamente no tomé el nombre del restaurante, ni de la calle.  Caminé como por 40 minutos, y todas las fachadas se miraban semejantes, así, terminé comiendo en otro lugar, con el sentimiento de culpa de que había dejado plantada a la cocinera, que tan amablemente me había atendido.

Aires de otras ciudades de la América Española. El centro está muy bien restaurado, con fachadas bien pintadas, banquetas niveladas y pocos cables eléctricos, cuidando guardar el ambiente de siglos atrás, tampoco tiene semáforos o anuncios de neón, o cuando menos son escasos.  La ciudad evoca a Guanajuato, Zacatecas, Taxco, pero con la diferencia de que la geografía es plana.  En su enclave histórico hay una renovada catedral de arquitectura romanesca, como la mayoría del resto de las que hay en América Latina.  Hay varios templos, conventos, palacios, entre ellos el de la Santa Inquisición, la Casa de la Moneda, el de la alcaldía mayor de Cartagena.  El clima es caluroso, dicen que sólo tiene una estación.  El primer día estuvo bastante soleado, y la tarde terminó nublada y con llovizna.  El segundo amaneció lloviendo, y estuvo con una capa de nubes todo el día.  Caminé mucho tratando de tomar el mayor número de fotos, disfrutar estas angostas calles, mirar sus pobladores, sus vendimias y probar lo que vendían como arepa con queso (masa de maíz mezclado con queso blanco), café negro, mangos recién cortados, algunos postres de yuca y los jugos de fruta fresca.

Belleza del casco histórico. El centro histórico amurallado ofrece una vista homogénea, que si no sale uno de sus murallas, siente que sólo vive en el pasado.  Basta salir de su muralla para ver la zona nueva de la ciudad con rascacielos construidos a lo largo de la bahía, donde se vive la modernidad en forma intensa.  Las playas son bonitas de aguas mansas y gran cantidad de vendedores de café, masajes, artesanías de cáscara de coco, y dulces llenos de color y calorías.  En la parte histórica es frecuente encontrar vendedores de coco, señores cargando con varios termos que venden café en pequeños vasos de plástico, así como vendedores de fruta, donde el mango es la fruta reina.  Buena parte de los vendedores son mulatos, ya que hay un segmento de la población de origen africano, lo que le ha dado a la cultura colombiana una riqueza étnica, que se refleja, por ejemplo, en su comida y su música, ésta última como la cumbia y el vallenato.

Recuerdos revividos. Pasar este fin de semana en Cartagena fue regresar al pasado colonial de Colombia, fue vivir una fantasía visual de 200 a 400 años atrás, fue degustar sabores y texturas diferentes.  Los carruajes de Cartagena me recordaron la niñez, esos primeros viajes de mi vida del campo a la ciudad de los Mochis realizados en carreta, transitando un camino rural donde la tierra en época de invierno se levantaba como polvo de harina al pisar de los caballos y cuando el sol de cualquiera de las estaciones quemaba sin que hubiera cremas bloqueadoras.  Una caja de madera con redilas bajas y dos grandes ruedas de eje de madera, era tirada por dos mulas, que desde la dura banca de madera tiraba generalmente mi papá, donde a su lado se sentaba mi madre.  A mí y a mis hermanos simplemente nos sentaban en una cobija al ras de la carreta con la prohibición de ensuciarnos, para que nos vieran limpios las abuelas que semanalmente visitábamos.  Los días de este viaje eran los domingos en la mañana, cuando antes nos levantaban temprano, para darnos nuestro baño y vestir nuestras mejores ropas y calzar zapatos, ya que durante la semana se guardaban celosamente y nuestro caminar era descalzo.  Prometo que, si vuelvo a esta bella joya arquitectónica de Colombia, me iré en carreta, jamás debí haber renunciado a vivir esta experiencia, aunque quizá tenga que apurarme a volver, porque hay planes de construir nuevo aeropuerto y seguramente no dejarán a los cocheros llevar pasajeros a lugares tan lejanos.