Llegar a Boston es como abrir un picaporte para entrar a los recuerdos, esos de cuando la vida era de sueños, de planes, de expectativas y de aspiraciones para lo que venía en la vida. Hace más de tres décadas que vine a esta inglesada ciudad (he regresado ya en otras ocasiones) a hacer un verano de la maestría en Simmons College, motivado por conocer el mundo, el Este, la parte más poblada de Estados Unidos. La idea surgió porque conocí en México al profesor Juan Freudenthal, de origen chileno, pero radicado en Estados Unidos. El había fue contratado por Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT), que en esa época lo representaba Guadalupe Carrión por dirigir el programa de becas de postgrado para formar profesionales graduados en bibliotecología, que en esa época no existía en este nivel. Los alumnos que partían al extranjero para hacer un con beca de CONACyT recibían un curso sobre bibliotecología y cultura norteamericana. Juan trabajaba para Simmons y describía Boston como una gran metrópoli, platicaba de la cercanía a Nueva York, que le permitían ver y sus grandes obras musicales, entre ellas, por ejemplo: “My Fair Lady”, que estaba en escena por esa época. Sus relatos me impresionaban tanto que le compré el disco del musical y se lo mandé regalar a la Señorita (así le decía formalmente) Guadalupe Carrión, como gratitud por su profesionalismo en apoyar el programa de becas para formar bibliotecólogos a nivel maestría, un nivel de estudios que no existía en México todavía y del cual me estaba beneficiando, y antes me había también beneficiado del Curso Intensivo de Entrenamiento Técnico de Bibliotecarios, que también organizaba CONACYT en la Escuela Nacional de Biblioteconomía y Archivonomía esos años.
Verano 1976. Fue tanta el impacto de las descripciones urbanas de Boston, que cuando estaba ya en Denver haciendo la maestría, descubrí que podía hacer una transferencia a dicha ciudad y los estudios podían ser revalidados, así que ni tardo ni perezoso, hice los trámites para irme el verano, hablé con Juan y me apoyó en las gestiones. Lamentablemente, mi beca fue suspendida por CONACyT, por una mala interpretación de mis calificaciones de ese año, y en Boston, en la primera semana, me enteré que las remesas económicas se suspenderían, pero Juan Freudenthal, inmediatamente me prestó dinero magnánimamente para pagar el dormitorio. Recuerdo que me dijo aquí tienes $2,000 dólares puedes irte de vacaciones o estudiar el periodo de verano y me lo pagas cuando puedas. Fue un gesto filantrópico, ya que no me conocía tanto, gracias a esto, me quedé y estudié el periodo de verano, el fue me facilitó uno de las materias. El dinero se lo regresé hasta diciembre, cuando CONACYT me reestableció la beca. Unos pocos años más tarde Juan, lamentablemente, moriría tempranamente de cáncer, pero a la fecha aún lo recuerdo por su gran calidad humana, y gracias a su entusiasmo conocí Boston y la hice parte de mi bagaje cultural.
Bicentenario y parques nacionales. Ese verano, que Estados Unidos celebraba su bicentenario de su fundación había festivales especiales en cada ciudad, para mi fue especial porque quizá es en el que más he viajado, al terminar mi semestre a finales de mayo, me fui con mi compañero de departamento, Tomas Cameron, en su camioneta a hacer un gran viaje. Partimos de Denver acampando en parques nacionales, los primeros fueron en Colorado, con sus majestuosas Rocallosas, las cuales ya había disfrutado en invierno, en la casa de los sus padres de Thomas en Breckenridge, donde tenían una mansión de verano, con unas seis recámaras y un gran cuarto de equipos de ski. Luego continuamos por Nuevo México, llegando, a reservaciones indias, y a Santa Fe, para luego subir al Gran Cañón del Colorado en Arizona, ahí acampamos junto a la orilla de éste impresionante abertura de la tierra, que su río ha carcomido en millones de años.
México, primera vez. Thomas era un experimentado acampador del que aprendí a poner tiendas de campaña, a cocinar y a disfrutar de la naturaleza sin perturbarla, porque era un ecologista nato. Otra de las paradas fue el Sahuaro National Park, poblado de estos cactus que parecía sacado de postal, cerca de Nogales, donde hacía frío en las noches, a pesar de que era junio. Cruzamos la frontera para llegar a México, y recorrer Sonora desde Magdalena hasta Empalme y Guaymas, donde dormimos con una tía, hermana de mi madre. Tomás visitaba México por primera vez, y debo decir que yo también, ya que realmente no había tenido antes la oportunidad de viajar, excepto a la Ciudad de México y a Ensenada, pero sin hacer ninguna parada, eran tiempos de austeridad. Llegamos a Mochis, a mi ciudad natal, a la casa de mis padres, ahí nos quedamos unos diez días, puebleamos diferentes puntos cercanos, como Topolobampo y El Fuerte, para luego continuar a Culiacán, Mazatlán y Durango. En esta última ciudad dormimos frente a la biblioteca pública estatal, ahí por el bonito paseo de las Moreras. El viaje tenía también interés académico, como parte de mi investigación de tesis de maestría, hice una encuesta a bibliotecas mexicanas a lo largo del viaje, creo que visité más de 25, así que en Durango aparte de la pública, fui a la recientemente inaugurada biblioteca del Tecnológico de Durango. Recuerdo que iba vestido con pantalones acampanados, a cuadros de diversos colores, como tipo estampado escocés, y el pelo lo llevaba largo, así que mi imagen, no era profesional, sino rockera. El personal, me recibió y atendió mis preguntas, y quizá pensaron que era hippie. Un año después, sin saberlo ellos y yo tampoco, regresaba para ser el director de este nuevo centro de información, como le llamaba, el segundo en construirse en el Sistema de Tecnológicos, ese sería mi primer trabajo profesional, ya para entonces mi apariencia la había domesticado a formal, pelo corto y pantalones formales.
Novato en Nueva York. Regreso a el viaje, continuamos a Torreón, luego Saltillo, donde dormimos en casa de una colega bibliotecaria, para finalmente llegar a Nuevo Laredo, siempre visitando bibliotecas mexicanas para aplicar mi encuesta. Cruzamos la frontera y nos dirigimos a Houston, ahí pase dos o tres días y luego tomé avión para Boston, con escala en Nueva York. Para mi era la segunda vez que iba a volar en esos aparatos. Thomas me llevó al aeropuerto, pero con mala suerte, un alto funcionario, creo que el mayor/presidente municipal de la ciudad había muerto o alguien importante, que el tráfico nos impidió tomar la autopista y perdí mi vuelo. Tomé uno más tarde, pero mi conexión a Boston no era posible, así que llegué al aeropuerto JF Kennedy y me dieron otro vuelo. Para mi era vital tomar vuelo rápido, ya que debía llegar antes de las 11 de la noche a los dormitorios de Simmons, porque cerraban. Presto acepté ese vuelo, me dieron instrucciones de cómo salir y tomé el autobús interno del aeropuerto, que me pareció el más grande del mundo, no conocía más que dos, el de Mazatlán y el de Denver. Llegué a lo que según yo era mi sala, pero descubrí que salía de Newark, otro aeropuerto y distante, así que el alma se me fue a los pies, empecé a preguntar y afortunadamente un inglés iba para allá, quien gentilmente me invitó a compartir taxi, el cual él pagó completamente y sobre todo sabía como hacer este viaje de un punto de la ciudad a otro de Nueva York.
Arribo a Boston. Llegué a Boston en la noche, y ahí, preguntando salí del aeropuerto Logan, para reportarme en taxi (para mi pagarlo era una fortuna) justo unos momentos antes de que se fuera el administrador de los dormitorios. Al día siguiente empecé a conocer Boston, era fin de semana, así que me fui a caminar al parque Fenway y rumbo al bonito Museo de Bellas Artes de Boston de arquitectura neoclásica. Mi verano transcurrió con la excitación de que cada tarde o fin de semana conocía un atractivo o rumbo de esta ciudad. Todavía al terminar el verano, creo que fueron cinco semanas, me compré un boleto de los autobuses Greyhound válido para viajar por un mes en forma ilimitada, y recorrí, en compañía de la novia de esa época, una chica de California, pero con familia en Illinois, las costas de Massachussets, comenzando por Nantacket XXX, para luego subir al oeste de Canadá, que ese año había tenido los juegos olímpicos en Montreal, visitando esa ciudad, Toronto, las Cataratas del Niágara y luego paramos en Nueva York, Filadelfia, Washington, Chicago (aquí nos quedamos en Joliet, Illinois), y San Louis Missouri, para finalmente regresar a Denver ya en septiembre. El viaje me lo había pagado con los ahorros del trabajo de medio tiempo que tenía en la biblioteca central Penrose de la Universidad de Denver, como intercalador de libros, donde tenía el record de ser el más rápido. Había hecho alargar mis ahorros, llegando a albergues estudiantiles y comiendo principalmente emparedados con crema de cacahuate y queso y cuando se podía dormía en los propios autobuses. Ese verano se convirtió, como comenté, en el que viajé más.
Retorno – Revivir sueños. El retorno a Boston, en esta ocasión, como en los previos, abre un baúl de recuerdos, esos que el tiempo les ha dado patina, pero que siguen intactos, cuando se les sacude el polvo y las telarañas mentales de los años. En esta ocasión vine al Congreso de Midwinter de la American Library Association, esta vez ya cargado de experiencias y de un bagaje profesional. Vine como invitado VIP, según decía mi gafete del congreso. Fui presentado en el ALA Council, algo así como el consejo general, que lo forman más de 100 miembros representantes de sus secciones y asociaciones afiliadas, y vine a firmar la renovación del convenio de la Asociación Mexicana de Bibliotecarios (AMBAC), la cual presido con REFORMA, la asociación de bibliotecarios que trabajan para hispano parlantes. Fui invitado a cuatro recepciones, dos que organizó la Presidenta de ALA, Camila Alire en su suite, y otra fue una elegante cena privada y una fastuosa comida, que organizaron dos proveedores, de los cuales mi universidad es cliente y en uno soy miembro del consejo de asesores. Me hospedé en un viejo y rancio hotel del centro de Boston, así que pude recorrer en un par de ocasiones la calle Boylston y Nuberry, dos avenidas comerciales, por donde está la enorme biblioteca pública, con sus dos edificios juntos, uno neoclásico y otro de corte moderno que ocupan una manzana en el corazón de la urbe. El clima estuvo frío, los dos primeros asoleados pero con nieve en las banquetas, en los últimos dos estuvo nevando, tanto que el caudaloso río Charles, que atraviesa la ciudad, tenía una capa de hielo que lo hacía lucir como pista de patinaje. El domingo, me tomé unas horas libres en la tarde y me subí a un autobús de doble cabina para hacer un tour, el que, como en las películas de cámara lenta, me hizo recordar, lo que ya les he descrito: momentos, colores, sabores y sonidos del pasado: me hizo reconstruir recuerdos y sueños de juventud.