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Época medieval, edificios de antes del renacimiento: palacios, templos y casonas de cuatro pisos, en promedio, ya se erigían en Tallin, como en otras ciudades europeas. La capital del minúsculo, pero fuerte país de Estonia, ubicado frente a Finlandia y bordeado por la gigantesca Rusia, que fue el último poder en dominarla por cincuenta años. Camina uno por su centro histórico, un casco amurallado y no nota nada del socialismo, menos todavía en la parte moderna de la misma, con rascacielos de paredes de vidrio, excepto por algunas edificaciones que salpican en otras zonas donde quedan los de estilo soviético: arquitectura plana y de función estrictamente utilitarios.
Estuve dos días recorriendo principalmente los recovecos de la parte vieja de la ciudad, perdiéndome en sus callejones de caprichoso trazo, en dos ocasiones virtualmente tuve que preguntar varias veces para encontrar mi destino. El segundo día estuve acompañado de Juan Daniel Machín Maestromatteo, un estudiante venezolano de doctorado, que conocí en un congreso de su país, y un entusiasta del desarrollo de habilidades informativas, me ofreció darme un tour de la ciudad cuando se enteró de mi visita. En la tarde de ese día, se unió a nosotros la anterior directora del Instituto de Ciencias de la Información de la Universidad de Tallin, Sirje Virkus, quien como nativa del país, nos guió por los distintos lugares sobresalientes de este pueblo medieval. Estuvimos en iglesias luteranas, en una ortodoxa de bellísima arquitectura rusa, con torres tipo forma de cebolla, de múltiples colores. Subimos a la parte alta del casco antiguo para dominar visualmente todo el conjunto del barrio medieval, así como tener una vista de la parte moderna.
En la mañana, fuimos a conocer la Biblioteca Nacional, un bonito, moderno y grande edificio, creo que con cinco millones de volúmenes, es decir, según Sirje, cuatro libros por cada habitante estonio, una gran cantidad comparado con algunos otros países, incluyendo el mío. También visitamos la biblioteca central de la Universidad de Talín, alojada en un edificio quizá de la mitad del siglo pasado, funcional todavía, pero con algunos detalles de su edad. Según me comentaron, pronto construirán otro.
En cuanto a comidas, la de mediodía la hicimos en un restaurante de comida típica medieval estonia, en un edificio del siglo XIV, tipo palacete gótico temprano, es decir de paredes de piedra austera. Mi platillo consistió en un trozo de salmón, arenque ahumado, dos tipos de panes, uno de casi trigo entero, queso de cabra, y unos huevos de codorniz, servidos en un sencillo plato plano de barro, por unos meseros ataviados a la usanza de esa época. Nos sentamos al exterior, en un día asoleado y cálido, con una vista espectacular de los edificios de las callejuelas del Tallin antiguo. A media tarde, a sugerencia de Sirje fuimos al penthouse de un edificio moderno, un rascacielos cercano a la ciudad antigua, con una vista excelente de las construcciones del centro financiero. La comida fue convencional, un plato de linguini, y agua con acento de yerbabuena fresca. Tomé fotos del contrastante casco medieval y del rascacielos del centro financiero, que conviven uno al lado de otro. Al atardecer, ya que los pies decían no más caminar, nos sentamos en un restaurante al aire libre, para tomar un café expresso con un postre estonio, una especie de capirotada diminuta, con crema y licor de fruta, que fue realmente sabroso. Al frente, tenía la gran torre de una de las iglesias luteranas, de color blanco con remates en la cúspide de bronce, circundada por construcciones de todo tipo de arquitectura de los siglos del Medievo.
La visita fue exhaustiva, caminamos por cerca de ocho horas, con sólo tres paradas. Juan Machín no se quejó del cansancio, pero al final ya mostraba en su cara la acumulación de las horas de ejercicio, en mi caso también estaba cansado, pero sabía que si no recorría esta joya medieval, no lo haría quizá nunca más. Inclusive, más tarde todavía salí a dar el último vistazo de sus calles y construcciones iluminadas, ya que Estonia no está a la vuelta del camino, está en plena latitud norte del mundo. Un gran país, de gente con disciplina para el trabajo, con eficiencia para hacer las cosas, lo que hace que sus menos de millón y medio de habitantes estén en el rango de país desarrollado.