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He vuelto a Londres, creo, que después de diez años, aunque no recuerdo cuándo exactamente fue la última vez. Es un lapso largo, ya que después de terminar el doctorado, hace 22 años y de haber pasado cuatro en estas tierras, traté de visitar este país cada vez que vine a Europa, quizá lo hice hasta en ocho veces, fue la época en que sentía la necesidad de volver, por ese cariño nostálgico que le agarré al Reino Unido. Un afecto de todos esos años de significado académico, cultural y familiar que me dio Sheffield, la ciudad donde estudié, donde aprendí a investigar, a realmente escribir con estilo académico (bueno, si es que realmente lo aprendí), y el lugar donde transcurrieron los tiempos de guardería y kínder de mi hijo mayor, Pavel, así como el lugar donde nació el segundo, Darius, la hija todavía no hacía escena, arribaría al regreso a México.
En esta visita, un poco ajustada de tiempo, llegué procedente de Gotemburgo, Suecia, en un vuelo de la compañía irlandesa Ryanair, en la cual nunca había viajado, misma que es una de esas llamadas aerolíneas ABC (aerolínea de bajo costo), y me quedé impresionado, porque abordo parecía un autobús de pasajeros pueblerino, realmente trabaja desde que parte hasta que aterriza el avión, vendiendo comida, bebidas y perfumes. Sus asientos tienen letreros aunque son de seguridad, pero adicionalmente reparten folletos con ofertas de alimentos, productos, y hasta boletos de tren. El aeropuerto de Gotemburgo, del que salí, también es tipo ABC, el City Airport, porque notiene casi nada de comodidades, se parece al de Toluca. Un lugar que recordaré, además, porque mi asistente me hizo las reservaciones y el itinerario del viaje, y lamentablemente le faltó poner de qué aeropuerto salía de dicha ciudad sueca, así que me fui al aeródromo normal, y me encontré que esta aerolínea barata, no salía de ahí, así que rápidamente tuve que tomar un taxi que me costó casi mil pesos, lo mismo casi que el boleto de avión, para que cruzáramos la ciudad, unos 40 kilómetros, creo, llegando apenas con 35 minutos para documentar. El vuelo estaba pronosticado para tener problemas, ya que la noche anterior, a media noche cuando revisé mi correo-e me enteré que tenía que imprimir mi pase de abordar personalmente, de lo contrario me cobrarían 40 dólares, a esa hora no tenía dónde hacerlo en mi modesta casa de huéspedes. Así que al llegar al City Airport, me formé para documentar, al llegar me preguntaron por el pase de abordar, y como no lo tenía me dijeron que no podría irme, porque no había tiempo ya de documentar. Insistí, pedí apoyo a la chica del mostrador, pero me dijo, “Vaya a información”.
Me fui a dicho mostrador, pero había dos personas más en proceso de atención, los minutos que tomaron en atenderlos me parecieron larguísimos. Cuando me tocó el turno, la señora que me atendió, fue receptiva, pero me dijo que el vuelo estaba cerrado, que tendría que tomar el vuelo de la noche, 12 horas después. Estaba en ese proceso de explicación, cuando llegó un sueco que reclamó, no entendía lo que decía, pero intuía que pedía que lo subieran al vuelo. Seguí atentamente la conversación, y luego la señora lo empezó a atender al mismo tiempo, cuando llegó el supervisor, un hombre joven, y algo le dijo la dama, el caso es que me pidió mi pasaporte y me dio pase de abordar, para luego pedirme que fuéramos al mostrador de documentación, para tomar mi pequeña maleta de la computadora, que era lo único que llevaba aparte de mi mochila. Hizo todo el procedimiento rápido y no me cobró los 40 dólares por emitir el pase. En conclusión, al reclamante sueco le habían hecho una excepción y en consecuencia a mi también. El reto que seguía era pasar la revisión de seguridad, la cola estaba larga, y me dije, conseguí el pase de abordar, pero quizá no logre llegar a tiempo a tomar el vuelo. Afortunadamente, justo cuando faltaban cinco minutos para la salida del vuelo, gritaron que si había alguien que volara a Londres, fui el único que levantó la mano, así que me abrieron paso para cruzar sin hacer más cola y llegué al avión justo a tiempo antes de que cerraran su puerta.
Llegué a Londres por medio del aeropuerto Stansted, creo que el más lejano, y el más reciente de la capital inglesa, distante a unos 45 minutos en tren directo. Llegué al departamento de mis sobrinos políticos Amilcar y Mache en el bien ubicado Hampstead Heath. Tomé el metro, el cual inmediatamente me empezó a recordar momentos vividos en el “Tube”, de venidas a congresos o visitas turísticas a esta enorme ciudad de más de siete millones de habitantes. Esa misma tarde salimos a comer a un restaurante italiano, comí milanesa de pechuga de pollo con un tiramisú de postre, mientras ellos comían unos ravioles. Después, tomamos el metro y nos fuimos al Buckingham Palace en un día tibio y asoleado, con muy buena luz para tomar fotos. Tomamos las fotos de rigor, del palacete de la Reina Isabel,para luego transitar por el St James Park y su lago. Paramos en las barracas de las caballerizas reales, una explanada con arena gruesa flanqueada por bonitos edificios neoclásicos, donde me tomaron una foto con los guardias reales. Luego transitamos por Victoria Street para tomar unas fotos a Westminster Abbey a lo lejos, otra a Winston Churchill y al famoso Big Ben. Continuamos hacía el puente del Río Támesis, donde tomé y me tomaron algunas fotos, ya que el Big Ben y el Palacio de Westminster tienen la mejor vista desde ese lado del río.
Nos sentamos un buen rato en los jardines que están frente a la enorme rueda de la fortuna que lentamente da vueltas para admirar el cielo de rascacielos y construcciones de Londres. Enfrente había estatuas humanas, un par de descabezados vestidos formalmente, estilo Charlie Chaplin con un armazón de paraguas negro, así como otros de tono dorado. Regresamos ya noche en metro al departamento de los muchachos. Para cenar algo ligero y dormir.
A la mañana siguiente, me levanté tarde, todavía debía recuperarme del cambio de horario, del llamado Jet lag. Ellos, mis sobrinos, se fueron a trabajar. Me eché un baño, me improvisé un desayuno con huevos y me salí de nuevo a recorrer las calles londinenses. Esta vez fue en dirección de South Bank, había quedado de comer junto con Amílcar en el edificio del despacho de arquitectos, el cual construyó y ocupa toda la propiedad. La firma Allies and Morrison es internacional y ha diseñado notables edificios y construcciones. Llegué un poco tarde, porque no encontraba el rumbo en el mapa. Comí con él, charlamos un poco y al final miramos algunos de los modelos de edificios que tenían en el vestíbulo.
Después de la comida, me fui solo esta vez a ver el famoso Tate Modern, un museo de arte contemporáneo, que se creó en el casco de una estación generadora de electricidad, hecha principalmente de ladrillo, a la cual le pusieron naves de vidrio y acero de enormes proporciones. Visité todas las áreas de exposiciones permanentes, excepto dos temporales por las que cobraban aparte del precio de entrada normal. El edificio es sencillo pero de magníficas vistas del Río Támesis, de donde se mira magníficamente la enorme iglesia de arquitectura romana de Saint Paul, donde se casaron los príncipes de Gales, la famosa Princesa Diana. Se construyó un puente peatonal modernista, llamado Millenium Bridge, a través del Támesis, conecta ambas construcciones.
Después de recorrer las grandes salas de exhibición del Tate, que por cierto parece no tener obras de pintores mexicanos, al menos yo no me di cuenta en la rápida explorada que dí. Crucé el puente peatonal, amplio, con piso demadera sobrepuesta sobre los tubos y el cristal, admirando la imponente vista de Saint Paul y las edificaciones de alrededor, una panorámica de armonía urbana. Llegué a la iglesia, caminé alrededor y continué, ya en metro hacia Soho, donde me senté, en el parque del mismo nombre, un rato a descansar, para luego curiosear por la calle Oxford, la emblemática avenida comercial de Londres donde la calidad y los precios aumentaban conforme me alejaba de Soho. Entré por callejones, tiendas, comí algo y terminé el paseo a las ocho de la noche, ya cansado, tomando el metro de regreso, para cenar con mis anfitriones un platillo de pollo hindú con pay de manzana, con ese sabor que no he encontrado en otro lugar, el de las Cooking apples.
A la mañana siguiente, me levanté a las seis para tomar el metro de la línea Northern y luego conectar con la línea Piccadilly rumbo al aeropuerto Heathrow. Llegué puntual para tomar mi vuelo de British Airways rumbo a Vilna, dejando atrás ese Londres, que me recordaba memorias de veinte años atrás, los años del doctorado, de los grandes planes profesionales al regresar a México. Esa Inglaterra que me dio tantas cosas académicas como culturales, ahora volvía, una vez más, para sentir el pasado.