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Como siempre, la salida fue tempranera, porque volé en Continental y actualmente sólo tiene el vuelo de las siete de la mañana, así que la noche previa fue corta, de cuatro horas de sueño, porque me acosté a la una y me levanté a las cinco de la mañana. Inicialmente salí de la casa como a las 5:50, pero Martha, quien me daba aventón, se sintió mal del nervio ciático, y me pidió que tomara un taxi, así que nos paramos y lo tomé, el cual me llevó con toda la calma del mundo, tomando atajos con muchos topes, para ahorrar gasolina. Llegué como a las 6:15 de la mañana cuando debería haberlo hecho a las seis, y me encontré con que el vuelo estaba cerrado, operación que hicieron muy temprano. No lo podía creer ya que no era tan tarde, pero el empleado con atención y todo, me dijo que no le quedaba ningún lugar. Le explique que había tenido contratiempos, pero me señaló que no había nada que hacer, pero que podía reestructurar mi itinerario. Mientras lo hacía, repasé las consecuencias posibles, trabajaría ese viernes, perdería mi parada en Tokio, me cargarían una noche de hotel sin usar, amén de que en los nuevos vuelos no tendría asiento de pasillo, tendría que pagar taxi de regreso a casa, entre otros pensamientos. Intentó vuelos vía México por Aeromar, con conexión a Nueva York, luego Los Angeles, San Francisco e inclusive con Seattle, pero ninguno me llevaba lo suficientemente temprano para tomar el segundo tramo. Me empecé a resignar y a aceptar que me iría con el mismo itinerario, pero hasta el día siguiente.
Ya cuando el empleado hacía las reservaciones pertinentes, le llamaron por radio a través de claves, y me dijo que me iba en el vuelo. Me volvió la esperanza y le dije que excelente, me alegraba muchísimo. La razón era que una joven había, aparentemente discutido con su esposo o pareja y se había regresado, no abordaba el avión. La situación, me imagino incómoda para ella por tomar tal decisión, se había convertido en un milagro. Ahora, continuó el operador, tenemos que hacer todo muy rápido, para que logre irse. Emitió los pases, pero ya los de inmigración no estaban, así que corriendo subí a buscarlos a su oficina, para que me sellaran la salida. El gerente salió a acompañarme en todo el proceso de revisión de seguridad y llevarme a la sala, donde, definitivamente era el último. Ya en el avión, no podía creer lo que había sucedido, pero fuera lo que fuera, estaba feliz, mis planes de vuelo no se habían alterado. Sentía mucho la pena de la joven japonesita que se había bajado, pero esperaba que su decisión fuera la mejor, por lo pronto a mí ya me había beneficiado.
Llegué a Houston con poco tiempo de conexión, la suerte siguió conmigo, el tiempo se estaba acercando para el abordaje y las colas estaban larguísimas, hablé con una de las oficiales, y afortunadamente me pasó a una línea especial, llegando a abordar el avión justo a tiempo cuando subían el pasaje. Inclusive, corriendo me compré mi comida china favorita del Express Panda, arroz a vapor con pollo en pimienta, que lo compro cada vez que paso por este aeropuerto.
El vuelo salió a tiempo, tuve mi asiento de pasillo y empecé el largo recorrido del vuelo de casi 14 horas, un poco menos de lo pronosticado, los vientos estaban a favor de la dirección del avión. El avión empezó a cruzar diagonalmente todo Estados Unidos, subió desde Texas, a Oklahoma, Colorado, y todos los estados centrales, para entrar a Canadá, cruzándola en forma completa y luego continuar por Alaska, cruzamos el Estrecho de Bering, para bajar por Rusia y luego a lo largo de las islas de Japón. Fue interesante ver como el avión, después de cruzar EUA y Canadá, tomó de ruta los contornos del continente americano, y el asiático para llegar al destino nipón, evitando volar por el Océano Pacífico, me imagino que para siempre tener un aeropuerto cercano por medida de seguridad. La comida del avión fue poca y no la mejor del mundo, dieron un pedacito de pescado, arroz y ensalada, bastante frugal. Luego como a las seis horas una hamburguesa de carne roja, sin opciones de otro tipo, así que saqué mi comida china fría y eso comí. Unas tres horas antes de llegar a Tokio, saqué de mi itacate dos barras de galletas, para comer porque tenía hambre de nuevo. Lo que había en el avión eran sólo pretzels, que no son mis favoritos, porque tienen mucha sal.
Llegué a las casi tres de la tarde de Japón, casi media noche de Veracruz, cansado de tanto estar sentado y de ir encerrado en este aparato donde íbamos más de 200 personas, todos acomodaditos como sardinas enlatadas. Dormí un poco, recuperándome de la desvelada anterior, caminé por los pasillos para ejercitar el cuerpo y quitarme la forma de asiento, y el cansancio del coxis. Miré dos películas, sin sonido, porque en mi lugar no funcionó el sonido. Una fue, hecha en la India, sobre un bailarín y una chica que aspiran a ser artistas, bonita pero bastante rosa; y otra hecha, creo que en Japón o EUA, de corte histórico, llamada Confucio, con muy bonitos efectos y fotografía panorámica impresionante de China, la película realmente no era sobre este filósofo, sino sobre un personaje de gobierno que practicaba su filosofía de valores.