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Por la ventana se mira un dorado amanecer, los rayos tiñen de rojo y amarillo la gran alfombra de nubes, que contrasta con el azul parduzco del cenit, que el astro rey cambia conforme se eleva en el horizonte. Son las cinco de la mañana, según el horario de salida, pero aquí ya son las siete en el Océano Atlántico Sur, estamos volando quizá por el Nordeste brasileño, las nubes no dejan ver por donde volamos, si es tierra o mar, faltan cuatro horas para llegar a Río de Janeiro. El romper del alba lo admiro, porque por más que me muevo y me acomodo en mi asiento, no le encuentro forma de cama. Dormí unas horas, entre despertadas de los pasajeros que transitan por el pasillo y la incomodidad de ir sentado mientras duermo. Me estuve levantando para ir a tomar agua y al baño, con el objetivo principal de mover el cuerpo un poco, para que circule la sangre y se acomode el esqueleto óseo, amén de los músculos. Ya son 24 horas desde que me levanté de mi cama en Veracruz, para prepararme e ir a tomar el primer vuelo, que inició a las ocho de la mañana de ayer.
Arribo carioca. Llegué a Río a tiempo, según lo marcado por el itinerario. El viaje fue matador, hice 26 horas de trayecto entre vuelos y paradas. Para no cansarme tanto, sicológicamente pienso en lo bonito del destino final, Río de Janeiro bien vale un sacrificio para ver sus playas. Al llegar, me lavé la cara y me fui a pasar migración, no hubo ningún problema, tengo visa para cinco años. Recogí mi maleta, que tardó un poco en salir y ya en la terminal me esperaba un chofer con mi nombre. Cruzamos virtualmente todo Río, 40 kilómetros, atravesando suburbios industriales, y las famosas favelas, los asentamientos irregulares, que se levantan en las colinas empinadas, con caseríos que parecen formar panales formando colmenas, con paredes de ladrillo rojo, una tras otra, sin parecer haber espacio vacío. Luego empezamos a pasar por los edificios de departamentos residenciales y por fin cruzamos junto a la Laguna, un ramal de agua de mar, que forma un lago, con impresionantes vistas de rascacielos familiares y las montañas.
Cuarto con vista. Luego recorrimos parte de la costanera, el malecón carioca que lleva el nombre de Avenida Atlántica, con banquetas diseñadas por el consentido arquitecto Nieymayer, el diseñador urbanista de la capital, Brasilia. Llegamos a las playas de Leblon y finalmente a San Conrado, donde se ubicaba el hotel Intercontinental, un predio con quizá 20 pisos a la orilla del mar. Me asignaron una habitación amplia con vista lateral a el mar, pero pedí que me cambiaran
con una que tuviera vista directa y me dieron, unas horas más tarde, una donde tenía una impresionante vista de las playas y una montaña que se erguía como peñasco enorme, unida a una cordillera que rodeaba el angosto valle donde estaba el hotel. La combinación de arena blanca, como la de Cancún, con el agua del mar, hacía que se viera un mar color esmeralda, con montañas cubiertas de vegetación, excepto el peñasco, que parecía ser una sólida roca desnuda.
Inauguración SNBU. Salí a caminar a un centro comercial adyacente al hotel, el Fashion Mall, donde comí y caminé un poco para estirar las piernas. Regresé al cuarto y me dormí dos horas, no podía dormir más porque a las 17:40 salía el autobús para la ceremonia de inauguración en el Escuela Nacional de Música de la Universidad Federal de Río de Janeiro. Me levanté, me eché un buen baño para quitarme los olores del avión y me vestí para la ceremonia, la cual tuvo todas las formalidades de discursos, entre los cuales me presentaron, haciendo alusión a que era presidente de AMBAC. El recinto era muy bonito, estilo neoclásico, una especie de mini-Escala, donde tocó la orquesta sinfónica de la Universidad, incluyendo dos piezas de compositores brasileño. Mi participación en el XVI SNBU fue a invitación de Paula Melo, organizadora del congreso y directora de bibliotecas de la casa de estudios antes mencionada.
Samba clásica. Al terminar hubo un coctel, donde saludé a conocidos y conocí nuevas personas, entre ellos alumnos de bibliotecología, que me conocían por mis escritos sobre desarrollo de habilidades informativas, los cuales pidieron tomarse algunas fotos conmigo. Después, al terminar, me fui con amigos a celebrar el cumpleaños de la directora de bibliotecas de la Universidad de Sao Paulo a un club de samba. El ambiente era de un club añejo, con orquesta en vivo tocando samba clásica, con la cual las parejas, muchos grandes de edad, se deslizaban por la pista entre cantoneos y vueltas, que asemejaban un poco al danzón veracruzano. Nos regresamos justo a las 12 de la noche, cuando terminó de tocar la orquesta al hotel.
Congreso – Inicio. Al día siguiente inició el congreso, con una excelente ponencia magistral de Murilo da Cunha sobre la evolución de las bibliotecas universitarias y su futuro en Brasil. El congreso tuvo un formato que iniciaba un poco tarde, a las 9:30 de la mañana con una presentación plenaria, un receso y luego tres comentaristas, los cuales a veces discutían con sus propias presentaciones otros temas diferentes a los del magistral. Inmediatamente, era el receso de la comida, de 12-14:00 horas, para continuar con múltiples sesiones paralelas que concluían a las 18:00 horas. Hubo seis talleres pre-congreso y una exposición comercial grande, la más grande que he visto en un congreso latinoamericano. El número de asistentes es alto, entre registrados y voluntarios fueron 1,700 personas. No hubo eventos sociales oficiales, pero los proveedores tuvieron algunas cenas privadas, de las cuales me tocó atender una. Mis participaciones fueron presentar un libro con el conocido español, José Antonio Frías de la conocida, ya retirada, académica, también española, Emilia Currás. El viernes, tuve a cargo comentarios del ponente magistral un americano de medios de comunicación de la Universidad del Sur de California. Otra actividad, fue hacer una evaluación del congreso, como observador internacional, actividad que me mantuvo ocupado por varias horas en la redacción del reporte, el cual me apoyó en su traducción la propia Paula Mello, a quien admiré por su entusiasmo y energía.
Concorvado y Pan de Azúcar. Me tomé dos ratos libres, para ir a conocer la montaña del Cristo del Concorvado a través de un tour que nos llevó por las playas de Ipanema, y Copacabana y Leblon. La montaña se asciende por medio de un tren que sube lentamente el empinado cerro durante 20 minutos. Las vistas desde la cúspide fueron increíbles, a pesar de que estaba nublado, se miraba todo Río centro, el famoso estado más grande de futbol del mundo, el Maracaná. El otro paseo fue al Pan de Azúcar, un gigantesco peñasco que parece ser de una sola roca, a la que se llega por medio de teleféricos, uno primero a una montaña de donde se cruza aéreamente a la otra. Las vistas marinas son portentosas, con los rascacielos que bordean las playas y las múltiples islas rocosas, que no son otra cosa que montañas que emergen del mar.
Belleza natural. La belleza de Río, repitiendo es esa gran combinación de montañas verticales, tipo morro o peñasco, su vegetación, las arenas blancas de sus playas y por supuesto el mar que tiene un buen oleaje para surfear, amén de un clima cálido. Su inseguridad, pasa a ser secundaria, si uno toma las precauciones, por las maravillas de la naturaleza que se combinan en este lugar. El congreso fue muy bueno, con una variedad de temas actuales en sus ponencias y una muestra del desarrollo de las bibliotecas universitarias de Brasil. Mi vuelo de regreso fue mejor que el de ida, hice 20 horas, cuatro menos. Así que vuelvo satisfecho de esta segunda visita a Río.