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A ritmo de tumba fui recibido la noche que arribé a Willemstad, capital de Curazao, justo en la plaza, frente al hotel que colinda con la bahía, se celebraba el festival para elegir rey de este ritmo, un evento previo al carnaval que se organiza en esta isla caribeña dependiente del reino de los países bajos. Había bastante gente, la mayoría jóvenes de color, y algunos bailaban con pasos parecidos a la salsa, pero cortos. El ritmo es con acordeón, guiro y tambora. Los holandeses tienen todavía seis islas que con categoría de territorios y en algunos casos como municipios, las restantes son Saint Marteen, Saba, Saint Eustaquios, Bonaire y Aruba. Todas las islas viven principalmente del turismo.
La isla más grande y con más habitantes es Curazao, con 142,668 habitantes, y por otro lado, la que conserva arquitectura colonial holandesa, esos edificios de techos altos de cantera de dos aguas y las gárgolas que caracterizan a este estilo. La ciudad de Willemstad tiene entradas de agua de mar que asemejan brazos de río, por donde entran barcos y se traslada mercancía, entre ellos el mercado flotante matutino de vendedores de fruta que vienen de Venezuela, creo que distante a unos 50 kilómetros. Dicen que es un bonito espectáculo comercial, no lo miré porque su apogeo es al romper el alba, sólo lo miré ya tarde, pero no había tanta lancha anclada. La ciudad se divide en dos partes, Otrobanda, que fue donde estaba mi hotel, una zona bastante restaurada y la otra Willemstad, divididas por un ancho trecho de mar, como si fuera un fiordo, pero sin montañas.
Junto a mi hotel estaba Kura Hulanda, una villa bonitamente renovada de ocho manzanas, donde originalmente se realizaba la venta de esclavos. El conjunto aloja un elegante hotel, plazas, restaurantes y el Museo de la Esclavitud, con bastante documentación y artefactos usados para mantener prisioneros o controlados a los africanos en su larga travesía por el Atlántico y una vez que los tenían recluidos en este mercado humano. Fue muy interesante leer detalles de cómo los capturaban con la asociación de los jefes tribales o de las tribus enemigas, o bien como los cazaban. También fue interesante descubrir que hasta blancos se vendían, cuando estos no podías pagar sus deudas, incluyendo a las mujeres.
El día que me tocó dar la conferencia magistral, participar en un panel y dar un taller; tareas que me mantuvieron ocupado todo un largo día, nos llevaron, incluyendo a todos los participantes de la Reunión de Bibliotecas del Caribe Holandés, cerca de 100 personas; conocí el Banco Central, un bonito edificio moderno, donde se realizó el evento. La comida fue en Villa María, un edificio colonial donde se sirvió un banquete con comida típica criolla, entre ellos sopa de verdura con trozos de carne, y como platillos principales pollo en pedazos con todo y hueso en una salsa café, pescado empanizado, y como platillos de acompañamiento plátano frito, arroz con frijol negro, un poco parecido a Moros y Cristianos de Cuba, arroz blanco -, un pudin salado de frijol yorimuni (frijol menudo blanco) con harina de maíz y polenta en cubos frita. El lugar estaba frente al mercado flotante. Junto al edificio estaba el pequeño, un galerón en forma de barco, museo marítimo, con algunas muestras en tamaño modelo de barcos de vela, y mucha información escrita sobre la historia naval de la isla, que poblaron los navegantes holandeses. Tenía una tienda de recuerdos/souvernirs bastante surtida.
El clima estuvo lluvioso con intervalos secos, así que no tuvo el asoleado típico que tiene normalmente la isla, según me contaron. En la noche, nos invitaron a una recepción a la Biblioteca de una familia adinerada de abolengo de Curazao, parece que dueños del banco principal, que convirtieron su colonial casa en un lugar de lectura con sus amplias colecciones particulares. El servicio creció y decidieron construir un edificio especial junto a la casa, uno de corte ultra modernista de tipo minimalista, donde, en su amplia terraza, se organizó la cena. El lugar me recordó el museo de arte moderno de Nueva York , el MOMA, aunque de dimensiones menores. La dueña, un guapa señora de unos 85 años nos recibió con sus asistentes justo en la casa, que funciona como el vestíbulo de la parte moderna de biblioteca. La decoración de la casa conserva sus muebles de madera, loza, pinturas y adornos coloniales. Nos ofrecieron una cena de arroz blanco, frío por cierto, con pescado empanizado, como el de medio día, más platillo con trozos de carne, el cual no comí, porque como saben no como carnes rojas, con una ensalada de repollo y pepino, más flan de postre.
Mi estancia en Curazao fue de tres noches y dos días, uno dedicado a las actividades profesionales del encuentro, donde estuve todo el tiempo desde temprano hasta casi la media noche. El día siguiente trabajé en el cuarto del hotel hasta medio día y el restante lo dediqué a ir al gimnasio, para relajarme un poco y luego recorrer los lugares que les he descrito. A la mañana siguiente, me dejé caer de la cama para despertar a las cinco AM, para tomar un taxi al aeropuerto a las siete y volar a la isla de Aruba. La visita a Curazao fue grata por sus vistas marinas y la mezcla cultural y arquitectónica de la influencia holandesa, negra, latina, ya que hay muchos venezolanos y colombianos, más ciudadanos de unos 50 países que conforman esta diáspora del mar del Caribe.