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Tomé un tren de Budapest a Kosice, Eslovaquia muy temprano el sábado, en abril. Me hospedé en un hotel, la noche anterior, junto a la estación del este. Me levanté a las cinco de la mañana, me vestí rápidamente, sin bañarme, porque no había tiempo, sólo un poco de agua fría, que realmente estaba fría, para despertar. Me compré un sándwich turco y una botella de agua para desayunar en el camino. Me subí al tren, un poco antiguo pero limpio, de esos que tienen cabinas con seis asientos, tres de cada lado. Busqué una cabina para mi sólo, pero no encontré, ya todas tenían al menos un pasajero, saludé al pasajero, un joven húngaro y acomodé mis cosas. Después de degustar la torta, me tiré en una hilera de asientos y recuperé el sueño que me había hecho falta.