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Llegué a Riga en un autobús moderno, con aire acondicionado e Internet inalámbrico procedente de Vilna. La terminal de autobuses, pequeña comparada con las de México, está junto a un canal. Cambié unos dólares por lats, luego fui a la oficina de turismo para pedir un mapa e instrucciones sobre cómo llegar al hotel, la responsable, una señora rubia, como la mayoría de los letones, me atendió muy bien, dándome todo tipo de instrucciones. Me dijo que podía ir caminando a la dirección buscada, así lo hice, aunque en el trayecto consulté el mapa como cinco veces, cada vez que tuve que dar vuelta en esquinas. Después de nortearme (despistarme) un poco llegué al hotel, que fue el lugar de mejor categoría que tendría en todo el viaje de este verano. Las vistas desde mi cuarto eran envidiables, podía ver la torre de la catedral y un patio interno de un conjunto de departamentos. Acomodé lo poco que traía y me salí a caminar, así como buscar algo para comer.