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Atrás se queda Gotemburgo, ciudad de cielos nublados, de días de lluvia mezclados con sol y noches de verano largas y días de clima fresco. Vine a esta, la segunda urbe más grande de Suecia, a atender el Congreso Mundial de Bibliotecas e Información de IFLA. Estuve un total de 10 días y es increíble que en tan poco tiempo uno le tome afecto al lugar. Anoche al transitar por última vez en los dos trolebuses que debía tomar para llegar a mi casa de huéspedes, que parecía estar casi llegando a Dinamarca, por lo retirado de la misma, miré con nostalgia los lugares que recorrí diariamente, a veces con la presión del tiempo y en otras con tranquilidad. Miré sus edificios excepcionalmente bonitos de arquitectura barroca, especialmente las iglesias con torres rematadas con láminas de cobre, y los edificios simples y rectangulares de departamentos, donde vive la mayoría de la población en la periferia de la ciudad. Invariablemente en todos los suburbios hay árboles, plantas y detalles de escultura. En mi camino diario había como tres cementerios, uno de ellos muy bonito, con setos afrancesados, cortados con cuidado y con begonias en cada lápida.