El tablero marca la una de la tarde y 9,215 kilómetros por recorrer, una gran distancia, que se transitará bordeando las orillas de las zonas continentales de Europa y América. Iniciamos, saliendo del aeropuerto Schipol, hacia las aguas gélidas del Mar del Norte, para alzarnos hasta los 10,000 metros sobre la tierra, y cruzar la parte media de la Gran Bretaña, e Irlanda, y continuamos volando por debajo de Islandia y Groenlandia. Todo este trayecto está nublado, sólo se miran, hacia abajo, desde la ventana del avión, mares de nubes, como desiertos blancos, a veces llenos de montículos níveos y grandes praderas blancas. Al pasar sobre Canadá, el cielo esta claro y se mira el plano terrestre, pero en esta parte septentrional, todo estaba también blanco, cubierto de nieve, ya no son nubes, sino el resultado de una fuerte nevada, quizá de días anteriores. Transcurrió mucho tiempo y el espectáculo era el mismo, para luego ver bosques blancuzcos, que cambiaron de tono por uno entre verde y blanco. Al sobrevolar ya dentro de EUA, cambió el clima, ya no había nieve, el cielo continuaba despejado, era transparente, con sol, y se miraba todo: los ríos, lagunas y enormes parcelas de tierra cuadriculada, tipo ajedrez. El tablero marca que afuera está a casi 40 grados bajo cero, y por las ventanas se miran las pequeñas hojuelas de nieve, esas pequeñas estrellas de filamentos, que se forman entre las dos cubiertas de plástico y vidrio de las ventanas del avión. Continuamos por el gran sur de Estados Unidos, para luego entrar a México, cuando ya rondábamos las 10 horas de vuelo.
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