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Hay un fresco aire nórdico, un paisaje verde canadiense y un hablar anglosajón en este país del extremo sur del planeta: Nueva Zelandia, que lo hace sentir a uno cómodo. Por ejemplo, creo que es la primera vez, quizá en dos décadas, que no pase ningún filtro de seguridad para abordar mi avión de la capital, Wellington, a Dunedin, lugar donde sería el congreso de la Asociación de Bibliotecarios de Nueva Zelanda (LIANZA). Verdaderamente increíble en esta época en que casi hay que desnudarse para pasar los filtros de seguridad, como consecuencia del 11 de septiembre, cuando iniciaron medidas extremas de revisión. Este país insular, es uno de las más al sur del planeta en el largo y ancho Océano Pacífico Sur. Venir a este país, significa que uno tiene verdaderamente la intención de visitarlo, porque después de él, no hay mucho a dónde ir. Su vecino más cercano es Australia, pero dista a cerca de tres mil kilómetros, o sea unas tres horas de vuelo, luego tiene otros vecinos distantes, como las Islas Cook, Fiyi, Samoa, entre otros que para la mayoría de los habitantes del hemisferio norte, no se conocen. Los neozelandeses, se hacen llamar Kiwis, su emblemática fruta y nombre de un pájaro étnico de esta isla. Tiene cuatro millones de habitantes y la estratosférica suma de 44 millones de ovejas, me imagino que el mayor ganadero de borregos en el mundo.