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Querida Tía Georgina,

Sé que la vida es un ciclo de comienzos y finales, sin embargo, aunque éste sea un razonamiento lógico, me duele saber que su destino concluyó el día de ayer. Mi madre me mandó un mensaje temprano, pero andaba de prisa y no me di cuenta, hasta que lo leí durante una reunión de trabajo en Ensenada, BC. Fue una sorpresa enterarme que nos había dejado, que se había ido en ese interminable viaje que todos tenemos marcado en el equipaje de nuestras vidas. Ante su partida, le comparto algunos recuerdos que deja usted cincelados en mi memoria, para celebrar sus siete décadas y el quinquenio, que tuvo de recorrido por el sendero de su existencia.

Empiezo por decirle que en mi más tempranos años, cuando asistía a la primaria, la Gabriel Leyva Solano en Mochis, justo ubicada frente a la cuadra donde vivía mi abuela Melquiades, en Serapio Rendón y Corregidora, corría algunas veces, cuando iniciaba la hora del recreo, para ir a la casa de la abuela a cortar limones, partirlos y ponerles sal, para degustar esa rica combinación de ácido-salada. En algunas ocasiones, me la encontraba y con su usual camaradería me decía “qué andas haciendo muchacho, que no debes estar en la escuela”. Otros recuerdos, son las visitas dominicales que mis padres hicieron religiosamente, cada semana, a la abuela, o bien a las celebraciones de fin de año, donde algunas veces la veía. Tengo presente sus charlas con sus dos hermanos: Mi mamá Mercedes y mi tío Lorenzo, que ya juntos parecían una gran caja de resonancia de hilaridad, donde las carcajadas y las risas se repetían cuando platicaban y bromeaban los tres juntos. Creo que entre todos los miembros de mi familia, ustedes como trío, nadie les ganaba en estar risa y risa, ya que no dejaban de bromear, y recordar momentos de su niñez o contemporáneos. En sus muchos momentos de hilaridad, aprendí historias de la vida familiar, e historias de mi madre, de cómo había crecido, de los azares del destino que habían enfrentado, entre ellos que cuando usted era una bebé, ante la falta de cuna, la ponían en una caja de zapatos, en la casa donde trabajaba la abuela.

A mi memoria viene también, una vez que mis papás nos llevaron a visitarla en Juan José Ríos, creo que era el poblado cercano a Mochis donde vivía, y cuando se grabó en mi mente ese patio pulcramente sembrado de árboles frutales, con piedras pintadas de cal, que en la parte trasera y en los laterales, flanqueaban su modesta casa. Ahí, admiré la limpieza y el orden del Tío José Garza, creo que fue la primera vez que lo conocí. Después cuando se vino a vivir con mi abuela, recuerdo la niñez de José Manuel y Martina, que fue a los que conocí más.

Luego vino la etapa, en que por el trabajo del Tío José en lo que por muchos años se llamó SOP, Secretaría de Obras Públicas, ahora de Comunicaciones y Transportes, tenían que mudarse a Empalme, Sonora. Pasaron años sin verla, sus hijos crecieron y la volvía ver en 1976, en ese verano, que como todos en ese jirón sonorense, era caliente y húmedo. Llegué sin invitación y sin aviso, era época en que el teléfono era inexistente en gran parte de nuestras casas familiares. Arribé con mi compañero de departamento de la Universidad de Denver, Thomas Cameron, quien, en su camioneta camper entramos al país por Nogales y paramos en Empalme, pidiéndole posada. Como siempre, fue recibido con la mayor alegría y calor familiar. Mi colega no hablaba español, pero eso no le impedía a usted decirle bromas. Estacionamos la camioneta al lado de la casa y ahí dormimos, usando su sanitario trasero. Luego José Manuel, que ya era un joven, junto con usted y ya no recuerdo quien más, nos llevaron a las playas más cercanas a la ciudad.

Pasaron más años, y yo me mudé con mi familia a Ciudad Juárez y en los viajes anuales para visitar mis padres y el resto de la familia en Mochis y Culiacán, y que optábamos tomar las autopistas del el lado norteamericano, bajábamos por Nogales y en más de una ocasión hicimos parada para saludarla. Mis hijos tuvieron la oportunidad de conocerla, de ver al Tío José en sus últimos meses, cuando ya estaba postrado en cama, antes de su fallecimiento. Tengo todavía las fotos de la sonrisa del Tío y su siempre también carácter afable, aún cuando ya no fuera ese hombre dinámico y trabajador, que se desvivía en atenciones hospitalarias de sus años llenos de vitalidad. Tía, en esas ocasiones, la disfruté mucho, como lo hice antes, de su excelente sentido de buen humor, y su capacidad llana de hacer de cada hecho un motivo de risa, un motivo positivo para disfrutar la vida. Los retos económicos y familiares nunca minaron su gran capacidad de reír, y de dar esas carcajadas que contagiaban a los que le rodeaban. En la última ocasión, le hice una entrevista salpicada de risas sobre la historia de mi madre, que aún conservo, como un tesoro informativo de la familia.

Recordaré, ahora que se ha ido, su constante preocupación de cuidar a Jorge, a su hijo de capacidades limitadas, a quien le dedicó gran parte de su vida para darle de comer, bañarlo, vestirlo, y estar al pendiente de que no se quedará sólo en casa. Jorge fue el ancla de su vida, pero que usted tomó ese peso y esa responsabilidad con devoción y abnegación, llevándole, inclusive, al sacrificio de no hacer viajes o evitar hacer otras cosas que tuvieran lugar fuera del hogar. Las frases que compartió conmigo, de que no deseaba irse de este mundo sin Jorge, por la gran entrega que requiere su cuidado, me dejó impresionado. Deseo que sus hermanos continúen con esta labor aunque requiere de grandes sacrificios, pero que es parte de la familia.

Lamento que la geografía de este país, la distancia y el tiempo me hayan impedido convivir más con usted, pero se queda usted en mi memoria, como esa tía de cabellos lacios y largos que enmarcaban su cara, donde, repito tenía a flor de boca siempre una sonrisa, que frecuentemente se convertía en carcajada, antecedida o precedida de la voz sonora que tenía. Usted para mí fue una mujer que no le reclamó a la vida su modesta forma de vivir, ni los retos y los problemas que muchas familias tienen. Usted simplemente miraba el lado positivo, ese ángulo que le permitía reírse hasta de lo que usted misma hacía o tropezaba.

Le mando un abrazo desde el fondo de mi corazón que la acompañe en este largo viaje. Gracias por esos largos momentos que conviví con usted durante mi niñez, en cada visita donde usted estaba, al visitar a la abuela Melquiades. Gracias también por su hospitalidad de los cortos momentos de mis visitas, para ese sobrino, que simplemente fue Lupe, ese que conoció desde la tierna edad hasta las etapas más maduras. Mi madre pierde a su compañera de juegos, a su compañera de complicidades para tramar excepciones a la disciplina de la abuela Melquiades y de la bisabuela Paula. Usted podrá ahora bromear con el tío Lorenzo que se anticipó a su partida, así como con la pareja de su vida, el Tío José.

Le mando un abrazo cargado de estos recuerdos a mis primos José Manuel, a Martina, María de los Angeles, Luz del Carmen, Alejandro y Jorge; diciéndoles que tuvieron una de las damas más alegres de la dinastía Noriega-Chicuate-Arrayales, a una mujer que miró y vivió la vida con actitud positiva a pesar de todos los pesares que tuvo. Adiós Tía, se lleva su estrella de la alegría, y esa personalidad salpicada de risa y de buen humor, pero nos deja un firmamento de recuerdos.

Su sobrino que la quiere,

Jesús Lau
(Guadalupe)

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