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Rocío Castro Ricalde – Una gran mentora

Unas palabras para despedir a mi colega Rocía Castro Ricalde que esta tarde ha partido, a unos días de cumplir sus 75 años. Ella fue una mujer apasionada de lo que hiciera, una gran profesional de la bibliotecología y del Sistema de Tecnológicos, que me orientó en mis momentos de juventud y que fue tutora de mis primeras experiencias bibliotecológicas.

Cierro un álbum. Hoy abro un nicho en mi corazón para guardar los recuerdos, y las vivencias que tuve con Rocío, quien tuvo ayer su última tarde en este planeta, donde ella dejó un legado entre los que la conocimos. Desde que me enteré de su deceso a través de Juanita Medina, empecé a hurgar, sin mucha dificultad, en la infinidad de pequeños y grandes recuerdos que disfrute con Rocío. Ella estudió primaria, secundaria y bachillerato en el Colegio América de Mérida, institución inspirada en la santa española Teresa de Avila, adoptando después la carrera de bibliotecología, al asumir la dirección de la Biblioteca del Instituto Tecnológico de Mérida, puesto que desempeñó con excelencia por unos 20 años, hasta su jubilación. Cuando tenía dicho puesto recibió la beca para tomar parte del programa del Curso Intensivo de Entrenamiento Bibliotecario (CIETEB), un programa técnico de mucha calidad, organizado y financiado por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, que estaba a cargo de Guadalupe Carrión. Rocío fue de la primera promoción de dicho curso técnico bibliotecológico, el que también era el primero en su género organizado para personal de bibliotecas universitarias y especializadas, Ahí, como otro becario, tuve la fortuna de conocerla. Ella era una mujer de experiencia, de gran sabiduría, mientras yo era un estudiante universitario, un asistente de biblioteca con poco conocimiento y experiencia de la vida.

Primer viaje a Cd. de México. Para despedir a Rocío evocaré la mañana del primer lunes que estuve en la ciudad de México, urbe en la que nunca había estado antes, de hecho la primera ciudad que conocía fuera de mi norteño estado, Sinaloa, ya que jamás había salido del perímetro estatal. Venía de una familia campesina, de una ciudad pequeña, Los Mochis, sin televisión y sin grandes experiencias de la vida citadina. Así que la capital azteca me parecía Paris en belleza o tan compleja como Nueva York. Explicaré un poco en detalle esta primera experiencia en el Distrito Federal, para describir la importancia del apoyo y correcciones, principalmente del lenguaje, que me brindó Rocío.

Dirección de la ENBA. Llegué en un fin de semana previo, después de un viaje de más de 24 horas en autobús, de esos que no tenían sanitarios y de los que transitaban en carreteras de dos carriles, porque no había autopistas. Mi arribo al Distrito Federal (DF) fue de noche, así que los anuncios y los comercios me deslumbraron. Tomé un taxi en Salto del Agua, no había centrales de autobuses todavía en el DF, vehículo en el que me llevaron por Viaducto, el cual rápidamente identifiqué porque la Escuela Nacional de Biblioteconomía y Archivonomía estaba por dicha avenida así que puse atención y pronto pasamos por el 155, el número de dicha escuela, muy cerca de Insurgentes. Sentí que había descubierto ya el domicilio, aunque el edificio no me gustó, no parecía ser de una Escuela Nacional.

Encontrando la dirección. El lunes, que iniciaba el CIETEB, me levanté temprano, y salí con dos horas de anticipación de San Ángel, donde unos conocidos de un hermano me dieron hospedaje temporal, para llegar a mi primera clase en la ENBA. Tomé camión derecho por Insurgentes, y me bajé con mis aires de provinciano para buscar el número, previamente identificado, y a unas cuadras lo encontré, el lugar era una casa de tres pisos, que no tenia fachada de escuela, así que inseguro y con duda toqué, y salió el dueño súper molesto, a quien le pregunté por la ENBA y su respuesta fue rápida, me mandó al infierno o por esos rumbos. Amedrentado, pedí disculpas y caminé para preguntar más delante, dónde estaba esa escuela nacional, una señora me dijo que había otro número más adelante. Llegue a él y tampoco tenía trazos de un edificio “nacional”, pero armado de valor timbré y me salieron tres perros ladrando, y una señora que no sólo dijo que ahí no había ninguna escuela ahí, sino que además me dio un portazo. Ya para entonces me sentía cucaracha por lo ignorante, pero en mi pueblo los números no se repetían.

Edificio ENBA. Mi sapiencia pueblerina no me servía de nada, seguí con mi mochila al hombro por el Viaducto y, nuevamente un peatón me dijo desganadamente que los números se repetían, y me recomendó seguir caminando porque parecía haber otro número con una escuela. Fue la primera persona civilizada que me habló sin gritarme. Continué caminando con el cuello como rehilete mirando siempre a ambas aceras algo que era difícil en Viaducto. Ya para entonces eran pasadas las nueve de la mañana, mi preocupación empezaba a aumentar porque llegaría tarde a la ENBA, que a mi sonaba como a la UNAM por lo nacional, finalmente llegué al número, donde si había un edificio de cinco pisos con enormes ventanales, que estaba a dos cuadras de Calzada de Tlalpan, así que había peregrinado todas estas cuadras desde Insurgentes. Arribé y lo primero que estaba era la biblioteca, pregunté donde impartían el curso CIETEB y me mandaron al segundo piso. Ya había pasado la ceremonia de inauguración y estaban en la primer clase “Servicios al Publico” con la profesora chilena Fanny Wilson. Afortunadamente llegué al grupo correcto, el “B”, y con pena senté en un pupitre trasero.

Programa CIETEB. La maestra, una gran dama, fue amable, pero eso no impidió sentir la timidez a la hora de presentarme. Terminó la clase y tuvimos otras esa mañana, así que debía regresarme a San Angel y no tenía planes de caminar de Tlalpan a Insurgentes, pero tampoco tenía la más remota idea de cómo tomar transporte público, y no tenía para pagar un taxi, porque la beca fue, otorgada hasta la segunda semana de clases, así que pregunté, con esa sensación de ser un bruto que desconocía las sofisticaciones de la gran ciudad cómo podría llega a mí destino. Ya no recuerdo cómo, pero ahí surge mi angel Rocío Castro que se acercó, y me adoptó a partir de ese momento, explicándome que había algo que se llamaba metro (hasta ese momento una unidad de medida para mi) y casi de la mano me llevó caminando a la Estación Viaducto, me regaló un boleto y me instruyó como meterlo en las máquinas de rehiletes. Desde ese día Rocío y otros colegas, cuando menos 10 años mayores que yo, y quienes muchos eran ya directores de bibliotecas empezaron a “cultivar” mis ignorancias juveniles de un hijo de un campesino, que no había ido a la escuela y que, yo mismo había trabajado la tierra hasta los 19 años muy lejos de la cultura de la ciudad. Rocío era genial para corregir cuestiones del lenguaje, así que muchas veces fui su pupilo, para que mejorara mi idioma, especialmente al escribir.

Una mentora bibliotecológica. Rocío se convirtió en mi mentora, tutora y maestra. Terminamos el primer CIETEB seis meses después, tiempo en el cual habíamos forjado una amistad que se prolongaría por el resto de los años, hasta mi última conversación telefónica con ella este febrero del 2013 durante una visita a Valladolid, Yucatán. Ella fue una persona valiosa que me ayudó a disminuir mi ignorancia ya que desconocía la bibliotecología, entre ellas las obras de consulta y hasta Pablo Neruda, que ese año, en 1973 acababa de fallecer, para mí este noble de las letras chilenas era un soberano desconocido, mi ignorancia era con creces mayor que mi edad.

Maestría y primer empleo. Después de ese curso, ella continuó haciendo el segundo semestre del CIETEB, a mi no me dejaron volver, porque hice planes y me fui a estudiar la maestría en Denver, Colorado, aunque antes pasó un año y medio para lograrlo, ya que debía terminar la licenciatura y aprender inglés. Al regresar de la maestría, ya con una dosis mínima de cultura, nos encontramos en un curso de capacitación que organizó CONACYT para directores, donde yo era un colado, nuevamente Rocío entra en escena en los días que decidía si aceptaba laborar en el COLMEX de la ciudad de México, o bien en el CIES, hoy llamado ECOSUR, en Chiapas. Rocío me hizo cambiar de planes porque me convenció que los institutos tecnológicos eran mejor opción, con su gestión ante el Director General de esa época, Emiliano Hernández Camargo, éste me mando llamar y me ofreció plaza docente, la más alta de esa época, y me dio a escoger dos tecnológicos, Oaxaca o Durango, así que escogí el último por estar en el Norte, y a los seis meses de terminada la maestría asumía la dirección de la biblioteca del ITD, con un nuevo edificio en esa parte septentrional de México.

Sistema de Tecnológicos. Ingresar al Sistema de Tecnológicos significó tener la oportunidad de trabajar con Rocío desde el primer año de labores en proyectos nacionales de dicho sistema. Rocío dirigía la mejor biblioteca de los Tecnológicos, yo en lo personal no tenía experiencia, excepto el CIETEB y la maestría, que era más conceptual. Juntos fuimos llamados a colaborar en proyectos de dichos institutos, donde colaboraban otras colegas del país. Rocío asumía liderazgos, porque era una mujer con excelente oratoria, una dama perfeccionista, que podía quedarse trabajando hasta media noche corrigiendo detalles. Esa era una fortaleza, pero al mismo tiempo una debilidad, porque a veces no se podían entregar los documentos o proyectos a tiempo, por estar corrigiendo detalles. Tenía una gran capacidad para buscar información, para redactar y siempre estaba lista para enseñar. Su personalidad era de una entrega total al trabajo, que para los que estábamos jóvenes, significaba sacrificio cuando se estaba en la Ciudad de México y no poder salir a divertirse. Los tecnológicos tuvieron una época dorada en esos tiempos, porque la dirección general tenía un gran interés en las bibliotecas, se construyeron varias y hasta donde se pudo se atrajeron bibliotecarios profesionales en esa época. Sin fundamentar mi apreciación, creo que en esa época las bibliotecas de los tecnológicos estaban mejor que las universidades, ciertamente tuvieron edificios propios primero que dichas casas de estudio, ya estaban saliendo apenas de su crisis revolucionarias, algo que después superarían, para lograr desarrollos bibliotecarios mayores y de vanguardia. En esa época Rocío dirigió el programa CIETEB financiado por CONACYT en Mérida, para personal de los tecnológicos del Sur del país, mientras el que suscribe lo hizo para el Norte en Ciudad Juárez, Chihuahua, más una tercer sede que hubo en Puebla dirigida por otra profesional.

Primer visita a Mérida. Por lo anterior, tuve oportunidad de convivir con Rocío en muchas ocasiones durante las visitas de asesoría y capacitación de los tecnológicos, además de hacerlo en otros momentos. Su personalidad era de gran devoción a los amigos. Recuerdo la primera vez que la visité en Mérida, me dedicó todo el tiempo posible. En esa época tenía un VW sedan blanco con el que cruzaba Mérida a gran velocidad, lo cual combinado con su personalidad a veces despistada podía dar resultados inesperados. Recuerdo, que una vez se pasó la calle que buscada, pero en un santiamén se dio de reversa dos cuadras completas, a mi jamás me ha tocado que alguien hiciera eso. En forma similar, tengo el recuerdo de un paseo a conocer los cenotes de Valladolid, al terminar, en lugar de tomar camino a Mérida se fue hacía Cancún, yo no era de mucha ayuda porque no conocía la región. Esas distracciones de manejo eran porque Rocío conversaba con pasión, vivía cada momento que charlaba. Cuando uno estaba con ella, no podía estar con otra persona, ella dirigía la conversación. Era una gran platicadora, una llamada telefónica, podía significar una hora en el auricular de amena charla, y si estaba uno con ella presencialmente, podía durar dos horas conversando sobre el mismo tema, porque tenía una memoria fotográfica para los detalles de cada incidente. En lo personal, disfruté sus largas charlas.

Coordinación en FCA UNAM. Rocío tuvo como último puesto bibliotecario la coordinación de la Biblioteca de la Facultad de Administración de la UNAM, donde hacía una labor quijotesca para trabajar con personal sindicalizado, ya que su filosofía del trabajo era de entrega total, algo que no todo mundo profesa. Después, quizá harán unos 20 años, deja la bibliotecología y se dedica a administrar una academia de danza en Coyoacán, donde nuevamente su gran devoción al trabajo, hicieron que le delegaran toda la operación de dicha organización y la casa de la dueña, con quien tuvo una excelente amistad, tanto que al morir, después de un cáncer, le dejó a su hija con limitaciones físicas y cerebrales, para que cuidara de ella. A partir de esa fecha Rocío asumió el gran rol de velar por esta jovencita, que hoy es una persona madura. Se regresó a Mérida con ella, para dedicarle su vida. Esto no era extraño, Rocío podía hacer cosas increíbles de sacrificio por los amigos o por las personas en general, en el fondo ella siempre tuvo una personalidad de entrega monástica. Su labor en las bibliotecas, quizá sea desconocida para muchos bibliotecólogos, por su retiró de hace dos décadas de la profesión, pero su aportación a las bibliotecas de los tecnológicos fue vital, en una provincia mexicana que carecía de buenos servicios bibliotecarios. Rocío fue una líder de la bibliotecología, especialmente en el Sureste, una profesional que defendía y convencía autoridades federales, para que apoyaran a las bibliotecas.

Capítulo final de amistad. Hoy cierro este álbum con los recuerdos de ella, agradeciéndole su apoyo, casi maternal, para enseñarme a usar el metro y encontrar mi primer trabajo profesional después de la maestría, así como su orientación cuando me tocó dirigir la primer biblioteca, por su asesoría en cuestiones a veces tan sencillas, pero complejas para un novato, de cómo debían ir pegadas las signaturas topográficas en los lomos de los libros. ¡Le deseo gran descanso eterno! Ella que fue una gran católica, seguramente estará ayudando ahora a las almas que estén a su alrededor, y estará teniendo una gran conversación con el ahínco y la pasión que siempre le caracterizaron con sus nuevos colegas celestiales.

Jesús Lau

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Mensajes

Enzo Molino escribe...
Es una tristeza que se vayan adelantando las amistades. Un sentido pésame a sus familiares y amigos.
Escrito en Apr 13, 2014 - 02:59:57